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Carne con ojos
Algo pasa cuando una película que debiera ir directamente al video, accede a las pantallas con docenas de copias y se coloca entre las cinco más vistas de la semana. En condiciones normales, Al filo de la muerte ni asomaría a esta columna porque hay cosas sobradas de calidad y dignidad en la cartelera. ¿Acaso Seagal maduró como actor? Negativo. ¿El guión remonta el vuelo rasante de su filmografía? También negativo. ¿O la clave del éxito está en la inclusión de los raperos Ja Rule y Kurupt? Igualmente negativo. Así que optemos por considerar a sus espectadores como gente cachonda a la que le va la marcha y va sobrada de euros en el bolsillo? Esta «cosa» en soporte celuloide y convenciones cinematográficas se suma al subgénero penitenciario, léase versión terrenal del mismísimo infierno. Seagal, fondón y grueso, como cebado a base de anabolizantes y piensos varios, es un infiltrado repartidor de estopa con su entusiasmo habitual. Sus marchosos colegas de presidio, casi todos negros, son gente legal. Ambos, villanos incluidos, manejan subfusiles ametralladores como banderillas un banderillero? Ya que la trama no da para una docena de palabras, ni les cuento. Y está el rap, hip-hop en cantidades draconianas, sazonando la banda sonora hasta el último segundo. Entre la ensalada de disparos y la apoteósis decibélica, la ¿película? transcurre a una velocidad de vértigo. Apoteósis de la caricatura. Se preguntarán si el crítico es masoca. No, gracias. El menda es un iluso convencido de que a base de insistir, entre todos lograremos que Seagal y todo el refugallo que cae en las pantallas se vaya al lugar que se merecen, ¿a ese por donde se empiezan los cestos?