Dos horas, dos sonrisas

Comienza a ser, desde cualquier punto de vista, inadmisible. No es sólo una cuestión de falta de imaginación, un mal que comienza a ser endémico en los lujosos terrenos en los que está asentada desde la década de los veinte la famosa «fábrica de sueños», es, sencillamente, que las últimas comedias románticas que nos llegan de Hollywood parecen echas por y para gente sin ninguna capacidad intelectual. Ni de análisis. Una vez planteada la estúpida premisa argumental; - una joven periodista dispuesta a todo con tal de hacer fracasar su relación se empareja con un guaperas que está obligado, por su jefe, a apaciguar sus instintos naturales y aceptar la vida en pareja-, la acción que se desarrolla en esta realización de Donald Petrie es una sucesión de planos que insisten en mostrarnos la eficacia de los champús y los dentífricos norteamericanos. La estulticia que destila el país de las barras y estrellas se muestra en todo su esplendor en una película pensada para amenizar las tardes de los adolescentes que deambulan por un centro comercial de Oregón. Europa debería plantearse seriamente la manga ancha que muestra en materia de exhibición fílmica cuando lo que se nos quiere vender no supera los mínimos de calidad. Kate Hudson chirría como nunca y McConaughey vuelve a dar muestras de una absoluta falta de expresividad en un relato que necesita dos horas de desarrollo para conseguir hacer esbozar un par de sonrisas. Eso si, hay una agradable sorpresa; reencontrarse con el talento de Bebe Neuwirth, una excelente secundaria que ha dado muestras de su eficacia en títulos como «Jumanji» o «Celebrity». 1397124194