Terror sin concesiones

Tras ser injustificadamente sobrevalorado por su trabajo en Trainspotting, y masacrado, (también injustificadamente) por su labor en La playa, el realizador británico Danny Boyle ha optado por revitalizar el género del cine de terror con una historia deudora de los escalofriantes relatos firmados por gente como George A. Romero, Mario Bava o Darío Argento. El fenómeno zombie, esto es, aquellos seres que después de muertos viven una segunda existencia fundamentada en acabar con su semejantes, revive en una producción rodada en vídeo digital que alterna gloriosos hallazgos visuales y narrativos con un buen número de tópicos. Esa quizá sea la mayor pega de 28 días después, que su visión, aparte de apabullar, no aporta grandes novedades en materia de suspense. La liberación de un potente virus que está acabando con la población es la premisa de un terrorífico relato que pierde fuerza a medida que avanza la acción. Tras un deslumbrante inicio, en el que nos paseamos por un Londres vacío y apocalíptico, la película comienza a ofrecer un furioso recital de sustos destinados a provocar el desasosiego en el patio de butacas. Una sucesión de truculencias y golpes de efecto que hará las delicias del aficionado más recalcitrante. La elección de un reparto de actores poco conocidos es otro de los aciertos de un cineasta innovador y comprometido. No hay que olvidar que es una producción británica, un hecho a celebrar ya que supone una nueva demostración de talento europeo frente a la maquinaria hollywoodiense. Boyle ha usado sus mismas armas para urdir una atractiva película de terror que va directamente al grano. No hay humor ni complicidades, se limita a dar miedo. Que no es poco.