Lo de menos, la historia

Que en Hollywood no hay ideas es un secreto a voces. Desde que la industria fílmica está dirigida por avispados hombres de negocios, para los que el cine tiene la misma importancia que una máquina de hacer palomitas, el séptimo arte yanqui no levanta cabeza. La última genialidad que nos llega directamente de Beverly Hills consiste, ni más ni menos, que en repetir punto por punto los esquemas de aquellas olvidables comedietas protagonizadas por Doris Day. Ya saben; una leve línea argumental, aderezada con todos los tópicos del género, que nos era presentada en esplendoroso formato panorámico. Pero, casi cincuenta años más tarde, la fórmula no resulta. Hay que reconocer el esfuerzo artístico de una producción que atrapa visualmente desde el primer fotograma; los decorados, el montaje, la puesta en escena, la música y el vestuario, se alían para crear la ilusión de estar viendo una película rodada en los años 60, un delirio cromático por el que deambulan sus poco inspirados protagonistas. De Renée Zellweger ya se ha dicho más de lo que se merece. No cabe duda de su valía como intérprete, ahí están Bridget Jones o Chicago , pero en esta ocasión se limita a ejercer de maniquí de lujo mientras repite los mismos gestos una y otra vez. Su partenaire, Ewan McGregor, tampoco está muy inspirado queriéndonos hacer creer que es mejor actor que Rock Hudson (lejos, muy lejos, quedan los tiempos de Trainspotting ). Pero lo que da verdadera pena es la historia, no es una premisa para tirar cohetes pero se le podía haber sacado mucho más partido. El final de Abajo el amor es, sencillamente, una tomadura de pelo.