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El maestro Adolfo Gutiérrez Viejo durante el concierto que ofreció el domingo

Publicado por
Miguel Ángel Nepomuceno
León

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No quisiera pecar de irrespetuoso y mucho menos de alarmista si digo que el órgano de la Catedral está entrando en un proceso de deterioro irreversible, que, y no son palabras mías sino de un reconocido organero de la Comunidad, si no se pone remedio, pronto no servirá ni para el culto. Esto que en un principio podría sonar a eso, «a  ganas de marear la perdiz», tiene su fundamento en el concierto que el pasado domingo ofreció el maestro Gutiérrez Viejo dentro del Festival de Órgano. Un concierto que fue una lucha constante y desigual con ese monstruo tubular que no dio lugar en ningún momento al intérprete a plasmar con un mínimo de dignidad toda la grandeza que encerraban las obras, ni echando mano de los numerosos recursos que el maestro Viejo conoce a la perfección como el retardar, acelerar o sostener las notas con el fin de que tuvieran el tempo, el rubato y la articulación debida. «Hasta el pedal ro estaba agarrotado» fueron sus palabras al concluir el concierto. Toda una lección de humildad y de aguante la que Adolfo dio el pasada domingo porque otro en su lugar hubiera cerrado la tapa de la consola y se hubiera perdido en la noche como un árabe en el desierto. No merece la pena el menor comentario del concierto a no ser el de que la profesionalidad primó sobre el arte y que el maestro hizo de los defectos virtudes para lograr momentos realmente hermosos al lado de otros que causaron sonrojo debido a lo que apuntamos más arriba. Tal vez cuando se caiga a trozos o una nota quede tenida hasta volver locos a los que allí habitan entonces se decida de una vez por todas el retirar el «monstruo de estaño» y tocar con un armonio.

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