A vueltas con el «jalogüin»

Cada año que pasa somos más estúpidos, más vacíos, más americanos. No, no estoy diciendo que los americanos sean vacíos y estúpidos. Pero nosotros sí, porque estamos dejando de ser lo que somos para intentar ser otra cosa que nunca seremos. Esta semana ha habido halloween , o mejor dicho, esa versión autóctona que nos hemos fabricado a ritmo de la cultura mundial de masas y que podemos llamar jalogüin . Lo hemos visto en el Telediario de Urdaci, en el Conciertazo de Argenta, en el cine de nuestros canales, en la matinal infantil de Telecinco . Jalogüin se ha desparramado sobre nuestras pantallas en una fiesta absurda donde nuestros muertos, los suyos y los míos, se convierten en seres torvos que asustan a los niños en los «pasajes del terror» de cualquier parque de atracciones. Donde más duele la aculturación es en las fibras sensibles, y en ninguna cultura hay fibra más sensible que el culto a los muertos. Si hemos llegado al extremo de que ya no deseamos honrar a nuestros muertos, entonces es porque nuestro grado de decadencia se acerca a lo irreversible. Sobre todo si tenemos en cuenta que nuestra forma de celebrar a los muertos es particularmente acertada. No quiero molestar a nadie, pero en estas cosas hay que ser claro: en mi opinión, la forma tradicional cristiana de celebrar el día de difuntos es superior a otros ritos y muy superior a esa bazofia, mezcla de terror adolescente y cine gore. El encuentro con nuestros muertos es una forma de santificar la existencia, y eso afecta a lo religioso y a lo social. Nunca hemos estado tan alejados de nuestros muertos. Quizá porque ya estamos, por dentro, más muertos que vivos.