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| Crítica | Televisión |

Tras la fea, llega la gorda

Los protagonistas de la serie Natalia Streignard y Juan Pablo Raba

Publicado por
José Javier Esparza
León

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Antena 3 ha estrenado culebrón de sobremesa: Mi gorda bella, un producto venezolano al que la cadena ha confiado la nada fácil tarea de revalidar el éxito de Betty la fea. Sin embargo, vistos los primeros episodios, no parece que la nueva apuesta culebronera esté a la altura del desafío. Betty la fea marcó, ciertamente, un camino: un tipo de relato grotesco, entre cómico y trágico, donde la deficiencia estética de la protagonista se utilizaba como elemento de chanza bajo la certidumbre, imprescindible, de que finalmente el patito feo se transformaría en precioso cisne. Y es verdad que Mi gorda bella funciona sobre los mismos registros narrativos, no sólo por la transformación final de la protagonista, sino también por el carácter decididamente grotesco de su planteamiento, donde la comicidad vulgar de la oronda protagonista se mezcla con el patetismo exagerado de un accidente de helicóptero y la desdicha de una familia adoptiva atroz, todo ello rebozado con reclamos elementales como esa escena de las adolescentes bailando en ropa interior en el internado. Nos estamos moviendo en el grado cero de la elaboración narrativa, y sería preciso que el género humano se redimiera súbitamente para no augurarle algún éxito a una propuesta narrativa de este carácter. Pero una cosa es tener «algún éxito» y otra muy distinta es que con tan poca chicha vayamos a tener cocido. Porque, además, la serie no ofrece muchos más atractivos. Véase la galería de personajes que pueblan Mi gorda bella, que es de lo más variopinto, pero tópico. Confieso que a mí, por puro tirón hormonal, lo que más me llamó la atención fue el desmesurado busto de una hermosa dama que oficiaba de madrastra.