| Crítica | Cine |
Llorando bajo la lluvia
El director de la vigorosa Training Day y de la horripilante Asesinos de reemplazo abusa de hazañas bélicas con tramposa coartada humanitaria. A ratos la película te hipnotiza con su vibrante gramática visual y en otros momentos vomitas entre las butacas por lo grosero del guión. Esta última posibilidad le puede a la primera. El resultado es que ni nos atreveríamos a recomendársela a los incondicionales del género. Más pétreo que nunca, el héroe protagonista es Bruce Willis, oficial norteamericano que con su patrulla intenta llevar a la doctora Mónica Bellucci desde Nigeria hasta la frontera con Camerún. De paso, salva a un grupo de refugiados que huyen de la matanza étnica. Son unos kilómetros de selva con los que los maestros del cine bélico hubieran hecho maravillas. No es el caso, Sam Fuller o Sam Peckinpah han muerto hace ya unos cuantos años. «Dios se ha ido de África», nos sacude de pronto el libreto por boca de Willis. Y a continuación entramos en una aldea y asistimos a una violenta y torpe puesta en escena de los desastres de la guerra, con música étnica orquestada. También hay un señor de la guerra caracterizado por la afición al machete y una prolongada noche sudorosa, lluviosa y embarrada para disimular que aquello en, lugar de África, es Hawai. Bellucci hace de Pietà y besa a un Willis herido, pero ni la divina italiana nos anima: su camisa se abre poco y llora mucho. Tanto que Willis se seca las lágrimas y le dice: «Yo tampoco hubiera confiado en mí». Y nosotros lloramos, de risa. LÁGRIMAS DEL SOL: EE.UU., 2002. Dir: Anthony Fuqua. Int: Bruce Willis, Mónica Bellucci, Cole Hauser. 116 min.