| Crítica | Arte |
Un torrente de color
Laura Iniesta es una mujer joven, impetuosa, directa, simpática, llena de vida, ávida de comunicación. Ella explica su talante diciendo: «Es que soy muy mediterránea». Laura Iniesta enmarca su sonrisa contagiosa en una vertiginosa melena rubia. Y mientras habla de sus obras, ella es pintora, disfruta de la fiesta que se organizó para celebrar la inauguración de la galería Sharon Art (Cervantes, 10). «Por favor -suplica- pasadme otro canapé de chorizo... es que en León el embutido está de vicio». Como pintora es todo sensibilidad, «entre femenina y feminista», asegura. Cada uno interpreta sus obras como mejor le parece en la ceremonia de confusión que es siempre una sala llena de invitados. Hay quien le busca tres pies a un zapato rojo que, casi como firma de la casa, figura en casi todos sus cuadros. Otros hablan de la sinceridad que emana de su pintura. Y ella asegura: «Pinto lo que veo, lo más inmediato, lo cotidiano. Rescato esos pequeños objetos que nos acompañan cada día y que en un abrir y cerrar de ojos pasan a pertenecer al pasado, al olvido». Con esas premisas, traslada al lienzo el frigorífico salvador de tantas angustias, la revuelta realidad del dormitorio, la cocina en la que misteriosamente vuela un aroma a remotas especias, la ducha donde se pierden tantos sueños, la calle con el taxi y las bolsas llenas de ilusiones, y un anacrónico sifón y un pez que a lo largo de su obra se convierte en pájaro, en crustáceo... el teléfono y un brillante zapato rojo de vertiginosa aguja con el que la pintora pisa fuerte remachando su mensaje. Laura Iniesta ha viajado mucho y eso se nota en su obra. Sus cuadros están saturados de color.