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Los cuatro amigos protagonistas del filme, justo antes de meterse en líos

Publicado por
Eduardo Galán
León

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Km 666 se apunta a la moda Matanza de Texas , en la que busca refugio el devaluado cine de terror actual. Carece del sentido del humor de La casa de los 1.000 cadáveres y es menos verbenera y entrañable, pero tiene algunas cosas interesantes que alegrarán a los conocedores del género. En primer lugar, recupera, con sabia corrección y mucha claridad, las raíces del cuento de miedo: los niños se pierden en el bosque por tomar el desvío equivocado, llega la noche y con ella los fantasmas, los ogros, los garrulos lisérgicos desnaturalizados. Lo que importa es que son monstruos, bestias que viven al margen. Ya lo decía Charles Laughton: «Todo está en Caperucita», y las caperucitas de esta historia son jóvenes y guapas. Es decir, lo deforme contra lo sano, una vez más. Sin embargo, es una lástima que la primera en desaparecer sea Lindy Booth, anoréxica de tierno escote. Tendría lógica que nuestros caníbales incestuosos desarmaran antes a las más neumáticas Eliza Dushku o Emmanuele Chriqui, aunque supongo que los creadores no pudieron hacer justicia poética dentro de las reglas de la industria y de la propia mesa tradicional: primero los entrantes y luego la carne. Hablando de carne, aunque son contadas, las sesiones de disección no valen para cualquier estómago; además, se dejan ver fácilmente los semiocultos maquillajes. En la parte positiva tenemos un diseño realmente franciscano pero efectivo: la gris cabaña del bosque con su renqueante nevera llena de mermelada humana, tupperwares de manos y tarro de dentaduras. KM. 666: EE.UU.-Canadá. Dir: Rob Schmidt. Int: Desmond Harrington, Jeremy Sisto, Eliza Dushku. 82 minutos.