| Crítica | Cine |
Las verdades de Armero
En lo del cine los hay que tienen mucha suerte, como el caso de Fernández Armero, un director en proceso de llegar a serlo, que quizá algún día nos dé una película redonda. Mientras tanto no tiene problemas: consigue rodar a buen ritmo, e incluso sus estrenos logran acaparar cierta inexplicable atención, dados los pobres resultados de su irrelevante filmografía. Si algo no se le puede negar al director madrileño es su condición de visionario. Ahora que desde la publicidad hasta las televisiones se empeñan en pelotear a los treintañeros, quizá porque juzgan incomprensiblemente que disponemos de mucho dinero para gastar, hay que decir que Fernández Armero lleva ya mucho tiempo empeñado en ejercer de cronista de esta generación. Sus películas (Nada en la nevera, Brujas y por ahí...) aspiran todas, en esencia, a retratar, siempre en fallida clave de humor, la vida sentimental y los problemas más acuciantes de eso que en otra época, antes de que tuvieran que emplearse como camareros, se llamaban los Jasp. La cuestión es que la mayor parte de las veces, Armero no logra crear personajes creíbles, más allá del simple arquetipo; ni el tono irónico, «a lo Allen», que pretende lograr pasa de un par de chistes afortunados, ni su estilo denota esa elegancia que él persigue, según sus entrevistas. A partir de una anécdota simple, la de dos parejas jóvenes cuyos integrantes desean beneficiarse al novio (-a) de la otra (-o), algo que puede resolverse con buena educación, como en los países nórdicos, Armero quiere ahora adoctrinarnos sobre el terrible peso que la mentira ejerce sobre nuestras miserables vidas. Suerte que cuenta con un par de buenos actores, Verbeke y Ulloa, que contribuyen a sostener el peso de la función, porque el resto, con ese arranque ciertamente soporífero y sus bromas de tebeo, se hace insoportable. El juego de la verdad. Director: Álvaro Fernández Armero. Intérpretes: Natalia Verbeke.