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Dos de los integrantes del Beaux Arts Trío en el concierto del Auditorio

Publicado por
Miguel Ángel Nepomuceno
León

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Rudolf Bing, el intendente del Metropolitan de Nueva York, allá por los dorados años cincuenta, solía decir que mientras más mediocre era un músico más disculpas tenía que dar cuando un concierto le salía mal y que era curioso que en las más de 5.000 noches de funciones que llevaba nunca había escuchado disculpas de artistas como Oistrak, Rostropovich, Rubinstein, Callas, Tebaldi o Horowitz cuando algo no funcionaba. Y esto viene muy a cuento con el concierto que el pasado miércoles ofreció el Beux Arts Trío en el Auditorio, donde todo, absolutamente todo, sonó de maravilla, ¡hasta el piano!, tantas veces denostado. Si el Bössendorffer del Auditorio tampoco es apto para unas determinadas obras, ¿por qué sin embargo cuando es tañido por músicos de clase suena  bien e incluso muy bien, como así ocurrió? Pero en este país siempre quedamos mejor echando la culpa a la orquesta, que no entra a tiempo, al instrumento que no es el apropiado, o al compañero de al lado que toca demasiado fuerte y me tapa. Kasparov, el campeón del mundo de ajedrez, comentaba a este cronista que en los más de treinta años que llevaba jugando en torneos nunca había conseguido ganar a nadie que se encontrara en perfectas condiciones físicas, pues cada vez que perdían echaban la culpa a la mala digestión, al humo, o al tremendo dolor de cabeza que tenían. En resumen, o la máxima de que siempre los buenos tienen suerte se cumple aquí al pie de la letra o los instrumentos suenan bien con determinados solistas, independiente de la marca. El Beaux Arts Trío, tal vez, el mejor grupo del mundo de estas características, se presentó en León 24 horas antes que lo hiciera en el Palau de Barcelona, donde ayer tocaron el mismo programa que en el Auditorio. No se cómo sería aquel, pero lo que sí se es que en León tocaron como dioses. Aunque el inicio pudo despistar un poco con la soporífera obra Schlaflied , del compositor hamburgués de Jan Müller-Wieland, el concierto dio un giro de 180º cuando el  Klaviertrío nº5 de Beethoven irrumpió de forma contundente con la alegría del violín que fue respondida de inmediato por el piano de Menahem Pressler de forma muy lírica,  cantabile en extremo y perfectamente contrastada. Al igual que el Klaviertrio de Dvorak, donde las sutilezas del chelo con notas de una limpieza y una afinación deslumbrante dibujaron el entramado melancólico y ensoñador, el diálogo con el piano y el violín mantuvo en todo momento ese juego cromático que desembocó en brillantísimo finale abrasador y sollozante.

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