| Crítica | Cine |
Para cabrearse
Casi escribo cabreo con k, para que hiciese juego con el título, pero es una moda que me pone enferma... como muchas de las proclamas que se lanzan con esa peculiar ortografía. Lo mismo ocurre con esta película alemana, a la que no se le puede negar buena voluntad (sobre todo a sus actores) pero que provoca hastío desde el mismo comienzo, algo a tener en cuenta porque dura dos horas. No me considero una persona conformista ni retrógrada, tampoco una descreída, pero aborrezco esta clase de panfletos visuales trasnochados. Aun a riesgo de que se me llame reaccionaria, ya basta de utopías okupas, de carteles del Ché, de tratar de cambiar el mundo con pintadas y boicots. La gente no se divide entre ricos malvados y jóvenes libertadores, entre engranajes del sistema y eternos rebeldes. Las cosas son más complicadas, tienen matices que no se pueden encorsetar en posturas demagógicas, en consignas. Además, el mundo de hoy no es el de mayo del 68, algo que su director parece haber olvidado en este ejercicio autocomplaciente. No comprendo a estos personajes. Partimos de los mismos ideales pero estamos muy lejos a la hora de tratar de llevarlos a cabo. Su llamada a la acción no es reflexiva, pero tampoco apasionada, sólo un acto de supuesta liberación que tiene mucho de inmadurez. Si al menos se hubiesen centrado en la rabia que provoca tomar conciencia de la injusticia, en la canalización cada vez más violenta de esa cólera, la propuesta habría sido interesante. Pero estos jóvenes son viejos, siguen anclados en gastados esquemas. Mientras todos esos horrores cotidianos, que nos hacen cuestionar si realmente somos humanos, sigan ahí, habrá que seguir intentándolo, pero de otra manera. «LOS EDUKADORES»: Dir: Hans Weingartner. Int: Daniel Brühl, Julia Jentsch, Stipe Erceg. 126 minutos.