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En «La llave del mal» todo suena a ya visto

Publicado por
Eduardo Galán
León

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Aunque todo se hunde pronto, el arranque de La llave del mal no puede ser más prometedor. En la habitación de un centro hospitalario, la cuidadora especializada Kate Hudson lee La isla del tesoro para un enfermo terminal, que se muere con la llegada de la mota negra. El siguiente trabajo de la hija de Goldie Hawn responde a esa premonición literaria. Será en Nueva Orleáns, en los pantanos, en una vieja mansión de madera de 30 habitaciones. Allí está la septuagenaria Gena Rowlands, con su boca comprimida por unas perversas arrugas mal estiradas y haciendo girar esos legendarios ojos inyectados en sangre, embrujados bajo la influencia de la luna. Atiende a su marido John Hurt, paralizado por una embolia y «con la lengua enredada en la garganta». Es toda una ironía que una de las grandes voces del cine actual apenas pueda hacerse oír. Y aún menos en las salas españolas donde el imperio del doblaje funciona como el peor de los conjuros para un actor. Porque la cosa va de magia negra, de un tipo de vudú no religioso con el que el guionista juega a su gusto. Pero no al nuestro. A la media hora, comenzamos a aburrirnos. Por la falta de brío en la narración, por el abuso del susto fácil practicado a destajo, por el escenario desperdiciado, por tantos blues que una atropellada banda sonora no nos deja disfrutar. Todo nos suena a ya visto, el cuidado diseño de producción se diluye en una planificación que parece pensada a la contra y ninguno de los cuatro actores de la cabeza de cartel parece tomarse en serio su anodino cometido. Rowlands le dice a Hudson: «una del Norte no puede entender esta casa». Será que no somos del Sur, pero, para ser brujería, estos sortilegios tampoco nos encantaron. «LA LLAVE DEL MAL»: dir: Iain Softley. Int: Kate Hudson, Gena Rowlands, Peter Sarsgaard, John Hurt. 105 min.