Harry Potter en el laberinto

Aquellos que administran la franquicia cinematográfica de Harry Potter parecen haber perdido el Norte. Los espectadores que no son incondicionales se preguntarán si lo que acaban de ver es la cuarta parte de El señor de los anillos . El niño mago, ahora adolescente, parece una reedición de Frodo y no sólo porque a Elijah Wood y a Daniel Radcliffe se les haya quedado, al crecer, una similar cara marciana y cuadrada; es que también el show final que monta en el cementerio el Señor Oscuro, con la ayuda del maquillaje tipo media de violador escondiendo el rostro de Ralph Fiennes, es como el de cualquier pobre diablo del Tolkien más banalizado. Pensamos en lo que haría Fritz Lang con ese camposanto. O como estarían Karloff y Price de brujos profesores. Además de perderse en el laberinto de las sevicias comerciales, el nuevo Potter ha abandonado el sentido del humor surrealista de las películas anteriores y la magia sólo sale de la chistera de los creadores informáticos. Los pequeños destellos de alegría tenemos que buscarlos en la cada vez más perfecta batería infográfica: en un dragón húngaro que repta como un murciélago gigante, en las ramas vivas de un laberinto soñado por Buñuel o en las criaturas abisales de un lago verde moco que es lo más atractivo de la película. En esta secuencia acuática encontramos algo de los rasgos negros y sombríos que los publicistas nos han vendido de este supuesto Harry Potter terrorífico. Claro que no basta ponerle dientes de tiburón a las sirenitas de Disney y de Spielberg. Mientras, como siempre, intentamos evadirnos en las breves pero grandes encarnaciones de Brendan Gleeson con un ojo loco, en la de Timothy Spall y su mano cortada o con Miranda Richardson haciendo de periodista cotilla y dominadora, trabajando para el diario mágico El Profeta. HARRY POTTER Y EL CÁLIZ DE FUEGO. Director: Mike Newell. Intérpretes: Daniel Radcliffe, Rupert Grint, Emma Watson. Duración : 153 minutos.