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El tesoro de Stevenson

Las playas de Samoa no eran tan paradisíacas como parecían

Las playas de Samoa no eran tan paradisíacas como parecían

Publicado por
Miguel Lorenci
León

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Robert Louis Stevenson (1850-1894) no viajó a los mares del sur en busca del paraíso. No fue un aliento romántico el que le impulsó a cruzar el globo, romper con sus raíces y no disfrutar de su gloria en Europa y América. El autor de El extraño caso del doctor Jeckyll y Mr. Hyde tenía datos más que ciertos sobre la existencia de un fabuloso tesoro como el de Long John Silver, el de La isla del tesoro , enterrado en una remota y diminuta isla del Pacífico. Viajó tras su rastro y es muy probable que diera con él. Así se sostiene en la novela La otra isla (Lumen), una narración que tiene mucho de reportaje histórico, y con la que el francés Alex Capus (Montagne-au-Perche, Normandía, 1961) desmitifica el espíritu romántico del gran fabulador escocés. «Puedo jurar que todo lo que narro es verdad», asegura Capus tras escudriñar y reconstruir la vida de Stevenson. Parte Capus de una batería de pertinentes preguntas. «¿Qué hizo que una estancia que iba a ser temporal fuera definitiva? ¿Por qué un tuberculoso como Stevenson se instala en una latitud de clima tropical, nocivo y realmente infernal para su enfermedad? ¿Por qué sus herederos nunca necesitaron trabajar? ¿Por qué renuncia a la mieles del éxito justo cuando se le abrieron todas las puertas en París, Londres o Nueva York?». Supone Capus que fueron razones de muchos quilates las que impulsaron a Stevenson a instalarse a los 41 años a 20.000 kilómetros de casa, arrastrar a allí a su esposa Frances Osbourne -diez años mayor que él, nada viajera y que pasó la mayor parte del travesía vomitando- y a «mentir descaradamente diciendo que le lugar era paradisíaco cuando hasta los samoanos abominan de un clima insufrible para un enfermo como él». Pero lo cierto es que Stevenson se construyó una suntuosa casa en un finca de 300 hectáreas, ofreció una visión bucólica de su nueva vida «y escribió a sus amigos que montaba a caballo y nadaba como un pez». «He estado allí varios meses, lo suficiente para comprobar que el clima es paralizante, que nadie tiene el menor deseo de realizar esas actividades» dice Capus. «Hay que buscar otra causa para explica su presencia en Samoa». Y la causa no es otra que la existencia de la pequeña isla de Cocos, a 250 kilómetros de Samoa y en la que estaba el tesoro. «Hay indicios de que lo encontró».

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