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Bella y bestia son
¿Por qué un clásico de menos de dos horas se convierte en una superproducción de tres horas? Ya podemos suponer qué ha añadido el megalómano Peter Jackson al King Kong que ¿todos? (¿cuántos jóvenes la han visto o han tenido ocasión de verla en televisión?) conocemos: efectos especiales, recreaciones digitales, caras conocidas... En efecto, dos momentos justifican el visionado de esta nueva versión: la pelea de Kong con tres dinosaurios, que supera todo lo visto en godzillas o parques jurásicos semejantes; y el tremendo clímax final en lo alto del Empire State, en el que lo espectacular no son los aviones o la criatura, sino la magnífica fotografía de un precioso amanecer y las digitales imágenes aéreas de Nueva York con Manhattan al fondo. Sin embargo, las tres horas parecen excesivas y redundantes en numerosas ocasiones (los interminables peligros de la isla, la forzada historia de amor...). Hay que recordar además, que King Kong no es una película infantil sino que, como la original, es más una película de terror, que subraya elementos morbosos como la llegada a la isla de la Calavera, los insectos gigantes o las ¿plantas? carnívoras. Todavía influenciado por su ligeramente plomiza trilogía de los anillos, Jackson crea excelentes escenas de cine de aventuras pero se olvida de que todo el mundo sabe el final de la historia y demorarlo en exceso es contraproducente: la película original es un clásico de aventuras pero también de la síntesis. Por otro lado, y por si alguien todavía lo dudaba, la octava maravilla del mundo no es por supuesto King Kong, sino Naomi Watts, bella entre las bellas por la que comprensiblemente las bestias pierden la cabeza.