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El tormento de vivir
Si el año pasado fue Ray Charles, ahora el turno le ha tocado a Johnny Cash, otra leyenda próxima de la música norteamericana. Y de nuevo nos encontramos en territorio conocido: los orígenes humildes, los problemas familiares (primero con los padres y luego con la esposa), las tentaciones de la vida on the road y el inevitable descenso a los infiernos de la droga; pero por encima de todo la música, que ocupa el lugar central, como elemento redentor que explica, purifica y salva al atormentado protagonista, con la imprescindible colaboración de su amante. El filme del sobrio y correcto James Mangold se centra en unos años de la vida de Cash, los más difíciles, con pequeños flashbacks ilustrativos de su infancia y adolescencia, para explicar el origen de los males que lo amargarán durante casi toda su existencia. Luego, como en toda vida ejemplar que se precie, se nos informará que, una vez aparcados aquellos demonios, tras el éxito del mítico concierto en la prisión de Folsom, el ídolo fue feliz hasta el final. Todo muy previsible. ¿Qué es, entonces, lo que elevaría a esta interesante película por encima de la media de las de su clase? El soberbio trabajo de dos actores, el atormentado Joaquin Phoenix y la pizpireta Reese Witherspoon, geniales en sus respectivos papeles: él como ese Johnny Cash vencido por los recuerdos del hermano muerto y de un padre que lo despreció cuando más necesitaba su cariño, pero que convierte ese dolor en una música intensa, que habla de forma franca y directa a los corazones de los olvidados; y ella en el no menos complejo personaje de June Carter, con sus propios problemas personales, pero siempre amable, atenta y risueña, capaz de llevar la luz a quien vive entre tinieblas, simplemente con una sonrisa. Los dos están perfectos, los dos cantan, y lo hacen divinamente. Sólo por eso ya vale la pena.