| Crítica | Cine |
Súper ocho amargo
Al finalizar Remake, en un bucólico plano fijo lleno de ironía, una se queda con la incómoda sensación de haber escarbado en la basura, de haber presenciado unas desnudeces que son mucho más turbadoras que las físicas. Este reencuentro de padres, hijos y amigos en su antigua comuna hippy no tiene ni una gota de sentimentalismo, casi parece una explosión de amarguras en cadena, en plan Gran hermano-rosario de la Aurora. En el guión acerado y las imágenes sobrias se recono ce a uno de los directores de la talentosa Smoking room, Roger Gual. La textura visual de ambas es muy similar, pero aquí las cuestiones son otras: qué clase de justificación dan los mayores a sus vidas, en qué han acabado convirtiéndose, qué han ofrecido a sus hijos, y cuáles son los reproches de estos últimos. Tal y como insinúa el título, padres e hijos acaban pareciéndose, y van igualmente a la deriva, como si las vidas de los segundos se hubiesen convertido en un involuntario remake de las de sus progenitores. Pero no creo que se pretenda realizar un retrato de familias o de la incomunicación entre generaciones. En este sentido, los personajes tienen las tintas tan cargadas que resulta imposible reconocerse en este grupo de egoístas, fracasados e inmaduros. La de Gual es una visión desencantada que no deja títere con cabeza, en la que todos los personajes prefieren echar la culpa de sus errores a los demás, en la que nadie se atreve a enfrentarse a sus propios fantasmas. Podrá o no compartirse la perspectiva, pero hay mil sugestiones en Remake, que, como cargas de profundidad, se disparan desde las frases, gestos y miradas que borda un extraordinario reparto, sólido y bien empastado. Dejando aparte algunos excesos, esta película es, sin duda, una de las más estimulantes del último cine español. REKAKE. España. Director: Roger Gual. Intérpretes: Juan Diego, Eusebio Poncela, Álex Brendemühl. Drama. Duranción: 90 minutos.