La memoria insumisa

Manuel Huerga llevaba demasiado tiempo alejado del cine, o no; quizá sea de esos autores que sólo aparecen cuando tienen algo verdaderamente interesante que decir, ahorrándose el resto. Lo cierto es que desde la excelente Antártida , hace ya más de diez años, se le había perdido la pista. Y ahora ha vuelto con una segunda película, tan importante y quizá más necesaria que la anterior. Huerga rescata del olvido a Salvador Puig Antich, combatiente por las libertades, víctima de uno de los últimos zarpazos del franquismo agonizante: fue condenado a muerte y ejecutado tras una mascarada de juicio militar, presidido por la sombra del asesinato de Carrero. No se trata de un filme perfecto, pero constituye una más que agradable sorpresa. Su tibio arranque no está a la altura de lo que vendrá después, sobre todo en su último tramo, el dedicado a contar el final del joven anarquista, un modelo de narración y de puesta en escena, de cómo administrar la intensidad hasta desembocar poderosamente en una conclusión que muestra con hiperrealista nitidez el horror y la sinrazón, la brutalidad elevada a absurda razón de Estado. No es casual que esta obra, dedicada a recordar la figura de un estudiante algo ingenuo que, desde la solidez de sus convicciones, tuvo el coraje de enfrentarse a la bestia, aparezca ahora que se habla tanto de la memoria histórica. Bueno es que ésta y otras historias se conozcan ya, no con fines revanchistas, si no para no volver a caer en los errores de ayer. El trabajo de conjunto de los actores, encabezados por Daniel Brhül, es soberbio; lo mismo que la música, la ambientación... Y algo importante: buena parte de los diálogos son en catalán, lo cual, además de ser una delicia por permitir oir un idioma tan hermoso, demuestra que cuando hay algo que contar, y además se cuenta bien, la lengua que se emplee es lo de menos «SALVADOR», Cataluña, 2006. Dirección: Manuel Huerga. Intérpretes: Daniel Brhül, Tristán Ulloa, Ingrid Rubio. Drama. Duración: 138 minutos.