Recital de Meryl Streep, nada más

La tiránica Miranda en El diablo viste de Prada entra como guante de seda en Meryl Streep, una «doña» que después de tres décadas de papelones nada tiene que demostrar. Por lógica, incrementa en varios puntos un filme que de otro modo tiraría a normalita... Ambientada entre la alta costura, y tomada del best-seller homónimo de Lauren Weisberger, que refleja con notable acidez e ironía los insólitos entresijos de la moda, se combinan en la trama unas pizcas de Cenicienta , otras a lo Pretty Woman , el inevitable gay y una inversión del tópico rol masculino dominante por el femenino (el personaje de Meryl), para pegar un bote en su desenlace que intenta ennoblecerla ante un espectador, sino cansado, al menos muy reacio a devolver su confianza a la comedia norteamericana. Son tantos los chascos de los últimos años, tantas las concesiones a la coartada teen aderezada con ji-ji-ja-ja de garrafón, y el ojo puesto en la caja registradora, que El diablo viste de Prada deja un poso de divertimento agradable. Por no faltar, hasta lleva parte de su trama a la mítica París, ciudad por la que Hollywood siente pasión enfermiza y que considera obligado introducir cuando recrea una de amor con glamour de alta comedia. Por lo visto acertaron, porque la taquilla norteamericana les dio su plácet y la Streep ya suena para colarse en los Oscar. Ahora bien, con todo, la película no impide la sensación de previsible, de déjà vu , con una chica que sueña con ser periodista, tiene un novio cocinero y acaba admitida como secretaria en Runway (léase Vogue ), la revista más poderosa del sector del trapo caro. A partir de ahí, algo de ambición y mucho de tentaciones varias en el personaje de Anne Hathaway (físico elegante, a lo Audrey Hepburn, pero rostro común), hacen el resto. Comedia tan agradable como intrascendente. «EL DIABLO VISTE DE PRADA». EE. UU. 2006. Director: David Frankel. Intérpretes: Meryl Streep, Anne Hathaway,, Stanley Tucci. Comedia. 109 minutos.