| Crítica | Arte | EUGENIO DE ARRIBA EN EL CAMPUS DE PONFERRADA
Un artista berciano
«Vivía con tal inmensidad que apenas sí tenía para otra cosa. Y aparecía y desaparecía del mapa leonés, dejando siempre una huella honda y envidiable de independencia, que sólo rendía ante las tierras bercianas, de las que resultaba su más consumado arquetipo. Romántico, apasionado, fulgurante y generoso hasta el total desprendimiento». Éste es el retrato literario que del pintor berciano Eugenio de Arriba hace el ya centenario Victoriano Crémer. La Universidad de León y el IEB han recuperado la obra de este artista ya desaparecido y la han reunido en una exposición que puede admirarse en el Campus de Ponferrada. Eugenio de Arriba nació en Villafranca del Bierzo en marzo de 1934 y desde niño mantuvo un fructífero idilio con la pintura. Fallecido su padre, se trasladó con su familia a Ponferrada y desde allí, con apenas quince años, ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, donde tuvo como compañeros a Lucio Muñoz, Antonio López, Pousa y al ponferradino Nicolás Solana. Joven de espíritu inquieto y gran vitalidad, buscó nuevos horizontes y en 1955 viajó a París, donde consiguió realizar varias exposiciones. Allí conoció a la que sería su esposa. En ese tiempo parisino compagina su amor por la música y la pintura actuando con Paco Ibáñez en un homenaje a Picasso. Regresó a España, sentó sus reales en Madrid, donde abrió una pequeña sala de exposiciones en el Barrio de Salamanca y, naturalmente, siguió pintando. Después de separarse de su esposa y unirse en la Costa Azul con la pintora Eliane Guillaume, con la que vivió hasta el final de sus días, trasladó su casa al Bierzo, instalándose en la plaza mayor de Villafranca, muy cerca de donde había vivido su niñez. Desde allí hizo innumerables exposiciones en España, Francia e Italia, retrató a los personajes más interesantes de la cultura leonesa y, sobre todo, pintó la mayoría de los rincones bercianos. Eugenio de Arriba falleció a los 43 años en la primavera de 1977. Según Crémer, el artista berciano «poseía como ningún otro pintor de los que se manejan más o menos a base de trucajes y embelecos, el sentido de la penetración para la composición de sus retratos. Una representación humana de Eugenio de Arriba era algo más que un parecido o un halago, era, fundamentalmente, un análisis». Y añade: «Cuando establecía contacto con sus gentes villafranquinas se convertía en una especie de brujo en comunicación constante con lo espiritual flotante, parecía un ser perteneciente a otras galaxias, con sus profundos ojos, con su furiosa barba carolingia y su atuendo interplanetario». CAMPUS DE PONFERRADA. De lunes a viernes, de 12.00 a 14.00 y de 18.30 a 20.30 horas.