Delicias jularescas
Hacía tiempo que no me divertía tanto en una exposición. Y digo divertirme porque en realidad eso fue lo que me sucedió viendo los impactantes y desasosegadores cuadros de Manolo Jular en esa suerte de homenaje nostálgico a su otra y verdadera devoción que es la música. Mientras escuchaba las delicias sonoras que Pelayo Tahoces extraía a su bien modulado y afinado celo, veía a Manolo disfrutar como un auténtico gourmet con aquella Plegaria de Ernest Bloch que le dedicara el solista y no pude por menos que retrotraerme en el tiempo y ver a Manolo, con aquella vehemencia que le caracteriza, defender las excelencias canoras de su amada y nunca bien ponderada Callas o los filados de su bien amado o amadísimo Di Stéfano, Don Giuseppe -nunca confundir con el futbolista- frente a los furibundos ataques que otro colega del pincel le hacia enfrentándoles sin miramientos a la metálica, squillante y un punto chillona voz de Pavarotti. Ayer vi a Manolo relajado, disfrutar como un jovenzuelo que es con sus muchos amigos que acudimos a la sala Ármaga para admirar sus hermosas pinturas musicales a la vez que compartíamos unos minutos de gloria escuchando a Pelayo, ese sensible y no bien promocionado celista que tras pasarse horas y más horas desasnando futuros músicos en la Escuela de Artes Escénicas y Musicales, puede aún tocar con esa elegancia innata que siempre ha sido la marca de la casa. Ayer nos hizo llorar con su celo y es una lástima que ese sentimiento no lo comparta con mayor asiduidad con una audiencia mucho mayor. Aquella Plegaria que Tahoces le dedicó fue la gota que colmó el vaso de Manolo, y él, tan duro e impertérrito, juraría que aún pude atisbarle una fina lágrima que pugnaba por regar su breve e hirsuta barba. Siempre he pensado que a Jular lo que verdaderamente «le pone» es la música, pero no esa que se hace ahora sino aquella que le trae reminiscencias de sus estancias en Italia, en París, o en el Madrid de sus pecados. Sensible hasta la médula, sabe donde puede lanzar el comentario irónico, la opinión del que conoce a la perfección lo que escucha o la crítica feroz de quien sólo es un mero bluff entre tanto listillo. Por eso es siempre un inmenso placer no sólo contemplar su obra, magnífica, a veces despiadada, pero siempre sincera, sino departir con él sobre ese amor que nos une durante tantos años, la música, la ópera y el sonido profundo del celo, su instrumento preferido, porque como dijo una vez «sólo el celo dice la verdad».