| Crítica | Cine |
Casarse no es tan fácil
Lo primero, y tiene su importancia, es que Ken Kwapis nada tiene de Blake Edwards. Y eso por quedarnos en un clásico de la comedia norteamericana desde los sesenta para acá, que además gustaba de filmar bodas después de precipitarlas, en muchos casos con brillantez. Sin duda, de haber recibido Edwards este guión (que nunca podría hacer a sus 85 años y una salud muy deteriorada), que a priori toca temas queridos a su cine (pareja, amigos y parientes, clase media-alta?), le habría introducido algunas notas de acidez e ironía bajo un envoltorio (sólo) lindante con la alta comedia. Kwapis, currado en series televisivas y en comedias prescindibles ( Mi colega Dunston o La novia del presidente , entre ellas) se limita a plegarse ante Robin Williams, con los riesgos que supone dada su tendencia al histrionismo cuando detrás de la cámara no hay alguien con carisma para cortarle el rollo. Claro que el guión ya dejaba muy claro a priori que el reverendo Frank era el absoluto rey de una trama, muy acorde con estos tiempos light en los que Hollywood camina con mucho tiento sobre lo relativo a la religión (para evitar que se mosqueen sus influyentes lobby ), al sexo (evitando no irritar a los conservadores republicanos) y en general se infravalora la inteligencia del público a límites de parvulario. Con todo, Hasta que el cura nos separe (ridícula traducción de License to Wed ) intenta marcar distancias con respecto al cine adolescente, dejando al margen, en lo posible, simplezas y escatologías varias, con la inútil intención de acercarse a la comedia adulta al estilo Edwards. Y aunque por momentos casi lo logra (la secuencia del juego de epítetos a cada miembro de la familia, por ejemplo), la película padece de anemia. Como propina (y para variar), Williams está cargante. Para risas flojas. «HASTA QUE EL CURA NOS SEPARE»: EE.UU., 2007. Director: Ken Kwapis. Reparto: Robin Williams, Mandy Moore, John Krasinski. Duración: 90 minutos.