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Publicado por
Marcelino Cuevas
León

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Un pelotón de esforzados artistas, 27 (más Uriarte que aparecerá en cualquier momento en el coche escoba) se han adelantado a la Navidad y han llenado de ángeles la sala de exposiciones de Arte Lancia. La pastora que convocó a la celestial corte, Mari Pepa, está emocionada ante tanto ser extraordinario, unos buenos y otros malos, que de todo hay en la viña del Señor. Ángeles de Chueca, con su toque peculiar. Ángeles exterminadores sobre briosos corceles. Ángeles malos de infierno total¿ Hasta medio centenar de interpretaciones angélicas cargo de pinceles tan autorizados como los de Manuel Alcorlo, Vicente Chumilla, Belén Elorrieta, Daniel Merino, Marisa Norniella, Carmen Pagés, Karlos Viuda, Zurdo (que no es un maestro, que es solamente un alumno aventajado de vaya usted a saber que escuela, en la que esperamos siga aprendiendo muchos años más), Ramón Villa, cuya participación, original que es el muchacho, se ha convertido en escultura y muchos dicen que en autorretrato y Uriarte, que aún anda buscando su ángel particular entre los arcos de la Plaza Mayor. Don Victoriano, el incombustible Crémer, ha sido el encargado de prologar el acontecimiento. El centenario escritor dice, entre otras cosas: «Y ya saciado el ojo humano de ver, acaba por saber. A eso aspira el ceremonial de este tiempo de la Pascua cuando el ser humano tiende a imponerse a sí mismo una nueva manera de ser, de parecer y hasta de sentir. Y se producen los fenómenos conocidos de la Pintura Angélica y la pintura lastrada por el peso de la culpa: Ángel y duende sobre los firmamentos, convertidos estos en lienzos para el vuelo de la imaginación. Arte Lancia abre sus balcones y se asoma al cúmulo de las nubes flotantes. Y sobre esta mesa de operaciones que es el lienzo pasan colores, figuras, transformaciones y vinculaciones». Palabra de maestro. La exposición comienza con un aventurado ángel astronauta en el que Karlos Viuda ha volcado toda su modernidad, y va, de santo en santo, de demonio en demonio, hasta el desolado paisaje de Félix de Agüero, con su ángel invisible escondido tras una nube de algodón. Toda una aventura que para cerrar el círculo espera con impaciencia el ángel de Uriarte, pero ya se sabe que Juan Carlos es un despistado y no sabe dónde lo ha puesto. Anda como loco buscándolo por los portalones del Húmedo mientras entona villancicos en voz baja.