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Los maestros apócrifos
Aunque durante los próximos días la parrilla televisiva se llenará de clásicos de cartón piedra como Ben-Hur o Quo Vadis , el cine religioso abarca también obras de profunda mirada mística en manos de maestros apócrifos como Dreyer, Buñuel, Bergman, Pasolini o Kim Ki-duk. Obras maestras o películas de culto, les distingue el que, frente a la particularidad de cada doctrina religiosa, eligieron la universalidad del misticismo. El italiano Pier Paolo Pasolini, homosexual y comunista, dedicó a Juan XXIII, renovador de la Iglesia católica, su desgarrada y naturalista versión de Il Vangelo Secondo Matteo (1964), que fue alabada por las más dispares creencias. Personal pero respetuosa, con un Jesucristo depurado de toda grandilocuencia e interpretado por el español Enrique Irazoqui, la película engrandece con su humanidad el contenido ultraterreno, orquestado por música de Mozart, Bach y Billie Holiday. Como contraste a las visiones latinas, algunas de las plasmaciones más bellas del sentido religioso se forjaron en el norte de Europa, donde los hilos conductores del cine de Bergman y Dreyer (incomunicación, pasión y pulsión trágica) se alzaban con los corsés religiosos. Carl Theodor Dreyer, con ecos del tormento de su compatriota, el filósofo Soren Kierkegaard (que distinguía entre el Cristianismo de la Iglesia y la verdadera Cristiandad), consiguió una de las piezas más hermosas del arte cinematográfico al centrarse en la religión con Ordet (1955), ganadora del León de Oro. La película analiza la fe como un inestimable potenciador de las capacidades humanas. «No hay diferencia entre el amor sagrado y el amor carnal . Lo bello en Munk es que comprendió que Dios no había separado las dos formas de amor. Pero a esta forma de cristianismo se le ha opuesto otra, una fe sombría y fanática», se lamentaba Dreier en el libro-entrevista Reflexiones sobre mi oficio . Ingmar Bergman, hijo de un pastor luterano, aseguraba: «Espero no llegar a ser tan viejo como para llegar a ser religioso», pero articuló sus obsesiones místicas en cintas como El séptimo sello , que deshojaba los mitos de la religión para llegar a la esencia del más allá, y en su trilogía sobre las relaciones entre razón y fe y mente y espíritu. Por su parte, Kim Ki-duk ha renovado -minoritariamente- el cristianismo a través de un refrescante punto de vista oriental y aunque la espiritualidad es un factor común en su filmografía en fábulas simbólicas como Spring, Summer, Fall, Winter... and Spring (2003), sus referencias bíblicas fueron explícitas con Samaria (2004).