A LA VERA DEL CURUEÑO
Los pueblos mágicos del gallo
El valle de las plumas. Engañar a las truchas con moscas de pluma del gallo de León que imitan a la perfección a los mosquitos. Esta ha sido la fuente de ingresos de muchas familias del Curueño durante décadas. Aún hoy perv
La magia se desvanece y, año tras año, resulta difícil continuar con un oficio que, en su día, mantenía a muchas familias de los pueblos que viven a la vera del Curueño. Sacrificio de muchos criadores que han dedicado su vida al ave más bella que se cría en el mundo con el fin de engañar a la reina de los ríos de León: la trucha.
El río Curueño atesora fama internacional para los aficionados a la pesca. No sólo por sus aguas, en las que vive la trucha leonesa, sino porque a su alrededor pervive con los tiempos un oficio que aún es artesanal: criadores de gallos y montadores de moscas. Una actividad que este fin de semana tendrá su momento más álgido del año con la celebración de la Muestra de Gallos de León y Mosca Artificial que tiene lugar en La Vecilla.
Los pueblos de La Matica, Sopeña, Valdepiélago, Aviados, Campohermoso, La Vecilla y La Cándana han recibido el sobre nombre de «mágicos», por las especiales y únicas características de las plumas de los gallos que allí se crían. En la actualidad, sólo quedan criadores y montadores en las tres últimas localidades, si bien es en La Cándana donde conviven las dos razas más emblemáticas, parda e india, con una producción de pluma de la máxima calidad.
Precisamente, la falta de relevo generacional y la escasa rentabilidad de un trabajo que requiere gran esmero y dedicación juegan en contra de esta tradición, de la que sólo viven tres familias en la zona, si bien son doce los criadores que existen hoy en día y que cuidan un total de 2.000 gallos.
Mantener este negocio en pie exige «ser un amante de la tradición», dice el presidente de la Asociación de Criadores del Gallo de León, Tomás Gil, que incide en los continuos problemas a los que tienen que hacer frente solos. «Los piensos son cada vez más caros y no recibimos ningún tipo de ayuda de ninguna administración», señala con tristeza porque ve venir el final. Pero el mayor problema apunta hacia la Junta de Castilla y León y su legislación en materia de pesca. «Si la ley de pesca sale adelante, la pesca tradicional leonesa desaparecerá», augura este artesano de la pluma que recuerda que el gallo de León es el ave más antigua que se conoce en España y que nació en tierras leonesas. «Ni la hambruna, ni pandemias, ni las guerras han conseguido acabar con el gallo de León y lo van a hacer las administraciones», recalca Tomás Gil, que cuenta cómo distinguir las moscas que se elaboran en los siete pueblos mágicos a la hora de comprar, porque la competencia es otro de sus problemas. Tienen un sello de la Diputación en una vitola que certifica la calidad en origen y en la que aparece el nombre del criador. «Lo ideal sería tener un consejo regulador pero eso nos costaría el dinero que ganamos», matiza.
Aquí nacen y viven los mejores gallos del mundo que, con el mimo de sus criadores, darán las plumas más codiciadas del mundo para montar las moscas que servirán para pescar. Los gallos criados en otras zonas de la provincia, incluso a muy escasos kilómetros, no tienen en todo su esplendor las características requeridas, y la pluma degenera muy pronto, pierde brillo y llega incluso a rizarse, en consecuencia inservible para la pesca. Uranio, microclima, hierbas, altura, alimentación... Nadie sabe a ciencia cierta cuál es la razón de sus características especiales, quizá porque todo influye en la calidad de estas maravillosas plumas, que imitan a las alas de los insectos como ningún otro material conocido y logran engañar a las truchas.
Los 2.000 gallos existentes en la zona se reparten en dos grandes granjas y, el resto, en pequeñas explotaciones. De cada uno de los gallos se obtienen cinco mazos de pluma cada tres meses, lo que hace 40.000 mazos al año. Cada mazo tiene un precio en el mercado de entre 2 y 2,5 euros, por lo que las ventas anuales suponen unos ingresos conjuntos de 100.000 euros. De cada mazo se obtienen doce plumas y, por lo tanto, se elaboran doce moscas. La producción anual de los doce montadores ronda las 100.000 moscas.
Tomás Gil explica que de la producción total de pluma, el 20% se exporta a Estados Unidos, Francia, Suiza e Italia, dónde existen ríos con tradición truchera. Unos países dónde se venden las moscas mucho más caras que en León porque el dinero se lo quedan los intermediarios. El 65% de pluma restante se utiliza para montar moscas ahogadas, la típica para la trucha leonesa, y el 15% para mosca seca.
De las dos variedades, los gallos indios son más pequeños que los pardos, pero estos son más agresivos. Ambas razas no suelen superar los dos kilos y medio de peso. Tienen una esperanza de vida de diez años, aunque a partir del quinto año los gallos empiezan a perder calidad y dejan de ser rentables. La pluma de los indios es de color liso y la de los pardos moteada. La gama de colores de los indios va desde el blanco al negro, pasando por diferentes grises, y los rojizos más o menos amarillentos. En los pardos, las distintas clases se clasifican por el color de fondo y, sobre todo, por el tamaño y forma de la mota, conocida como penca.
Tras la pela del gallo, el montaje de mosca practica la imitación, con dos corrientes a seguir, una la de los exactistas, que busca la mosca que más se parezca ala real, y otra, la de los conjuntistas, que se encamina a crear una forma general equilibrada en cuanto a color y forma sin parecerse a ninguna especie en concreto. A fin de cuentas, la mosca no es sino un engaño para embocar al pez y meterlo en la cesta. Para montar moscas de la mejor calidad sólo son necesarias dos cosas: buena materia prima y buen hacer del montador. Eso, lo bordan en los pueblos mágicos del Curueño.