Diario de León

viejo molino cela

Una isla para románticos

Nistal. A caballo entre un hotel con encanto y una casa de campo, el Viejo Molino Cela guarda en su historia aires románticos que se perciben en todos sus rincones: bañeras romanas de mármol o el baile de las ocas. Viejo molino

Bañeras de mármol en las habitaciones y un toque romántico en el viejo molino.

Bañeras de mármol en las habitaciones y un toque romántico en el viejo molino.

Publicado por
Nuria González
León

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El político leonés Andrés Rodríguez de Cela heredó en 1850 un antiguo molino del siglo XVII. Entonces lo convirtió en uno de los primeros bancos de la provincia. Testigo de esta actividad es la ventanilla de banco con rejas de hierro forjado y el sistema de defensa a base de troneras que controlan el camino, la puerta y la cabeza de unos supuestos atracadores que aún se conservan. Robustas puertas de madera, trampas y tornos para subir las sacas de dinero son testigo de aquella época. Las crónicas dicen que se guardaron en este molino los dineros de la Junta durante el siglo XIX. La sobrina del propietario heredó el molino y lo convirtió, a principios del siglo XX, en una central eléctrica que daba luz a doce pueblos. Hoy, y tras una meticulosa restauración por parte de su actual propietaria, es un alojamiento rural que está a caballo entre un hotel con encanto y una casa de campo donde respirar aires de romanticismo.

El edificio está rehabilitado con sistemas y materiales primarios, con una filosofía de época romántica. Cada detalle responde a una expresión de creatividad. Cuenta con amplios espacios comunes para hacer más agradables las reuniones de amigos o para disfrutar en familia.

Es un lugar especial para los nostálgicos que podrán disfrutar de un baño bajo la tenue luz de las velas en las bañeras romanas de mármol incorporadas en la habitación, por cuyas paredes corre el río. Además, los huéspedes podrán contemplar el baile de ocas en el agua, un lujo para la vista, y a principios de verano, en un estanque de nenúfares, el canto de las ranas. Además, la originalidad, la exclusividad, los grandes espacios y el olor a casa de la abuela proporcionan una singularidad especial a este establecimiento que se aleja de una casa rural tradicional.

El agua delimita la finca de cinco hectáreas por todas partes haciendo de ella una auténtica isla. El río Tuerto, afluente del Órbigo, desciende suave y ancho por esta zona para disfrute de los pescadores trucheros.

La finca invita a paseos tranquilos y atardeceres llenos de luz y color. Una mirada al cielo durante la noche será suficiente para contemplar la luna y las estrellas. Constituye un paraje único en la zona por la abundante vegetación de ribera que se ha mantenido durante décadas en estado natural.

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