RIBERA DEL CEA | VALDERAS
El vino que renueva ilusiones
Zona histórica de producción prestigiada por el carácter diferenciador de su clarete, Valderas recupera la ilusión por el vino tras años de transición por la reordenación de la propiedad, el descepe y el cese de la actividad. Jóvenes cepas, diez hectáreas de nueva planta, sustentan esa ilusión
Nunca le han faltado elogios a los vinos de Valderas, inspiradores de las rimas desgarradoras y los apasionados versos que cuelgan en las paredes de la vieja cooperativa en la que prácticamente se concreta toda la actividad elaboradora de la villa. Al menos toda la amparada por el reconocimiento de calidad de la Denominación de Origen Tierra de León. Concreta la actividad –Casto Pequeño, la otra gran bodega de la villa, con producciones ciertamente voluminosas, trabaja con vinos de otras denominaciones y básicamente bajo el amparo de Vinos de la Tierra de Castilla y León– y la nostalgia de una pasado vitivinícola glorioso. Quienes crearon la cooperativa en el año 1967 y defendieron la singularidad del legendario clarete de Valderas frente a los prieto picudo de Los Oteros, de Valdevimbre e incluso de otras zonas de producción a lo largo del Cea, evidentemente conocieron mejores tiempos para la viña, para el vino y para la propia sociedad, sobre todo en las décadas de los setenta y ochenta. Luego, el progresivo cese de la actividad por el abandono de viejos viticultores, la falta de relevo generacional, el descepe y la eternidad en que se convirtió la espera por el cierre del proceso de concentración parcelaria apagaron el fuego del vino hasta dejar apenas unos rescoldos. Menos de centenar y medio de socios –de Valderas, por supuesto, pero también de Gordoncillo, Mayorga, Campazas y Fuentes de Carbajal– echaron a las tolvas de la bodega en torno a ochocientos mil kilos de uva para hacer balance de la pasada vendimia. Es la base de elaboración de los aproximadamente setecientos mil litros de vino que se vende para garrafón (unos 100.000 litros) o en bag in box (alrededor de 200.000) directamente en la misma bodega, en una línea de vinos de mesa –blanco, rosado y tinto en este caso, bajo la etiqueta de Cuestabuenas – fundamentalmente para la hostelería y, por supuesto, como vino de calidad con la contraetiqueta de garantía de la denominación de origen. Eliminado hace tres años del catálogo el tinto roble, la etiqueta señera de Viña Trasderrey ampara a un soberbio rosado, un tinto del año (20.000 botellas; 2,60 euros en bodega) y un crianza (14 meses en barrica, 6.000 botellas; 4,00 euros) como expresión de la más alta calidad elaboradora de la bodega en la que ahora sí se avistan tiempos mejores. Desde luego, los socios tienen depositadas grandes esperanzas en las diez hectáreas de viñedo plantadas de prieto picudo hace dos años y en las dos en las que se pusieron varas de verdejo en primavera. Vente socios más, a título particular, se acogieron al plan de reestructuración y reconversión del viñedo y pusieron este año varas de esas dos variedades en otras cuarenta hectáreas. Es el futuro al que tiende puentes la sociedad desde el aprovechamiento de la vendimia de apenas ciento treinta socios en activo de los muchos más que a finales de los sesenta constituyeron la sociedad. Y en la posibilidad de que cada uno, a nivel particular, porque ese nuevo viñedo es propiedad de la sociedad, pueda hacer una vez cerrada ya la redistribución de la propiedad del suelo.