PEDRO CASIS | GORDALIZA DEL VINO
El vino que soñó un rebelde
Entusiasta de la viña, de la experimentación en ella, de la observación de las cualidades y la adaptación de las diversas variedades, de larga y convulsa conversación y hombre de muy firmes convicciones, Pedro Casis es el alma de la bodega y padre de los vinos que llevan su nombre.
Personaje singularísimo del vino leonés, tanto como imprescindible en su historia reciente —o no tan reciente porque la viene escribiendo desde que en 1964 abandonó su Rioja natal para presentarse en Gordaliza del Pino como enólogo de la cooperativa, químico se decía entonces—, Pedro Casis es, a sus 73 años, un incontenido amante del viñedo, mucho más que de la bodega, que no le gusta, lo confiesa, y en la que es bien difícil encontrarlo. Si lo consigues tienes premio, porque te regalará una larga conversación, sea sobre el vino o cualquier otro asunto de la vida diaria, y desarrollará extensas y argumentadas teorías sobre la viña o sobre la tierra y la gente que un día lo acogió y ya nunca lo dejó marchar. Trabajó hasta en otras dos cooperativas del entorno geográfico, pero no le gustó porque un rebelde, un inquieto y un inconformista no cabe en tantas limitaciones.
De manera que un día dio un golpe sobre la mesa y otro de timón y decidió establecerse por su cuenta para hacer su propio vino. Sus propios vinos. Porque cada año son distintos. Compró en sociedad una cueva de la que luego asumió la propiedad de la otra mitad y en 1990 plantó una viña —La Vieja— de siete hectáreas en la que hay mencía —muy característica de la zona—, prieto picudo, godello, verdejo y albarín.
Amplió el cepaje con otras siete hectáreas y media ya a un buen nivel de rendimiento con más prieto, más godello y más verdejo. En una y otra se permitió ciertos caprichos: hay un poco de shyrah, garnacha tintorera —recuérdese que es riojano—, unos pies de moscatel y unas cuantas cepas de… treixadura. En fin, un pequeño jardín varietal en el que ha invertido mucho tiempo y mucho capital, pero que es la base de elaboración de unos vinos muy característicos, antes básicamente polivarietales y ahora casi estrictamente monovarietales. En cualquier caso, son sus vinos, los que él quería hacer y a los que tantas vueltas les da en la cabeza.
Desarrolla su labor sobre la base de dos bodegas tradicionales de la zona excavadas en paralelo, en las que realiza parte de la elabortación y la crianza, completadas con dos naves gemelas, también en paralelo, delante de las bocas de las cuevas.
Allí, en un reparto proporcionado y unánimemente asumido de aportaciones, él pone la pasión y el desenfreno y Ana, su hija, impone la razón y el orden. Pero entre los dos fijan la hoja de ruta de la bodega, que ajustará las certificaciones y derivará a vinos de mesa —granel, bag in box y embotellados como Condelize y Turuntales — el grueso de la producción, manteniendo siempre el compromiso de la más alta calidad.
Todos los denominación de origen Tierra de León toman por nombre el apellido del autor. Son blancos bivarietal de godello y albarín (3.600 botellas; 3,00 euros en bodega), rosado (7.500; 2,00), tinto joven (5.000; 5,00), dos tintos roble de prieto picudo (5.000; 3,00) y mencía (5.000; 3,00), un crianza de mencía (1.300; 10,00) y el celebrado gran reserva de la casta cazurra con sesenta meses de envejecimiento en barrica (2.600; 20,00). Su aparición no sólo es un hito por tratarse del primer gran reserva que certifica la denominación de origen, sino por su extraordinaria calidad y la confirmación del potencial de la varidad autóctona para el largo recorrido. Que marca el camino a seguir por el prieto picudo, vamos.