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Vinos de su puño y letra

«¿Gewürztraminer? Una osadía»

Gabriel Merayo Feliz.
Viña Albares S.L.

Viene del alemán ‘gewürz’ (especiada) y ‘traminer’ (procedente de Tramin, en Trentino-Alto Adigio, Italia). Es de color rosado, muy aromática y de sabor cítrico. Y es el capricho de Viña Albares, la bodega berciana que la adoptó y que sitúa el horizonte de su producción en 20.000 botellas.

Gabriel Merayo Feliz, en la viña de Viña Albares, con el torreón que mandó construir Antolín López Peláez y que ahora es el símbolo de la bodega al fondo.

Publicado por
Rafael Blanco
León

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La ignoracia es muy atrevida». Cualquiera pensaría que dicho de uno mismo no fuese un reproche. Ni mucho menos: es motivo de orgullo. Gabriel Merayo Feliz, que lidera el grupo de inversores de Viña Albares, justifica con esa afirmación la presencia del Gewürztraminer en las soberbias viñas de la bodega. El nacido en 1999 era «un proyecto grande, de gastar mucho dinero y por consejos de unos y de otros, quizá también por desconocimiento, plantamos un poco de todo». Mencía la tiene todo el mundo, de manera que en la paleta varietal de la bodega de Albares de la Ribera hay las también tintas Tempranillo —ahora ya menos—, Cabernet Sauvignon, Shyrah, Merlot y Garnacha Tintorera, con cepas prefiloxéricas de más de 150 años que complementan una pequeña y antiquísima viña de Mencía a casi 850 metros de altitud.

Pero el capricho de los Merayo Feliz, de Gabriel y de David, dos empresarios de diversas y dispares actividades que siempre han mirado mucho por el pueblo de origen, son sin duda las blancas: Sauvignon Blanc, Chardonnay, la mencionada Gewürztraminer y de un tiempo a esta parte la Moscatel de grano fino. Los blancos siempre han distinguido a esta bodega que la frontera de la DO Bierzo sitúa justo al otro lado de la línea. Esa riqueza varietal que también deja a la sociedad fuera de la normativa del consejo regulador, que sí certifica sus mencías elaborados en su otra bodega de Villadecanes, es sólo parte del enorme patrimonio de la casa, propietaria de una formidable viña de magnífica y variada base y de 30 hectáreas que se extienden en una franja de dos kilómetros sobre la ladera que cae hacia el sur sobre el Boeza y la historia sobre la que se asienta: las 4,2 hectáreas de viñedo que el arzobispo Antolín López Peláez, visionario de la agricultura y apasionado por la vitivinicultura, mandó plantar muy a principios del siglo XIX. El torreón para la meditación que hizo construir es hoy el símbolo de la bodega, un faro que guía al amante de los buenos vinos, inigualables blancos pero también magníficos tintos.

Es justamente la distinción que supone el Gewürztraminer —sólo otras dos sociedades bercianas lo explotan— el camino por el que ahora quiere avanzar la bodega, que tiene un monovarietal y un bivarietal apoyado con Chardonnay y que ensaya dos cuvée que prometen lo mejor. El primero mezcla Sauvingnon Blanc, Chardonnay y Gewürztraminer y el segundo sustituye la Chardonnay por Muscat. En el primer caso es una elaboración con fermentación y crianza de diez meses en barrica de 500 litros y en el segundo con azúcar residual, como anticipo de la exploración de los semidulces que proyecta la nueva dirección técnica.