piedra y espíritus
El lado oscuro de la Catedral
El misterio del gótico. Encierra cientos de señales y culto a lo oculto. Es el misterio de la Catedral de León, erigida en honor a la Virgen pero llena de alusiones paganas a Eva, sibilas y demonios. Sólo hay que leer en sus piedras para descubrirlas. Están a la vista de todos. z? por susana vergara pedreira
Noche de Muertos en la Catedral. Cuando el reloj de la torre dé hoy las 12 en punto de la noche, Ordoño II, el rey que tiene calle en León, se levantará de su tumba justo detrás del altar mayor y presidirá, regio y en los huesos, la procesión de las ánimas por la girola de la Catedral. Dicen que por eso cierra tan pronto el templo gótico. No por deseo humano sino por temor a encontrarse con el espíritu vagante del monarca. Los clérigos que le han visto, allá por el XIX, dejaron constancia de su pavor. El rey, el galgo que reposa en piedra sobre el sepulcro y la corte de obispos deambulando por los pasillos del templo en una ‘santa compaña’ leonesa.
De nada sirvió al parecer la misa diaria de Alba ofrecida durante todo el XIX en memoria del rey y sus sucesores. Cada 1 de noviembre, sale de su tumba y reta al monje que. en la misma esquina de su sepultura, ahora metido tras la reja, señala a su señor con el dedo mientras su otra mano reposa sobre una inscripción latina: ‘Aspice’. Y sí, si se mira se ve a un hombre que debería estar de pie, tumbado. La muerte misma deja así. Y a él, al monje, dicen, emparedado justo tras la columna en la que se apoya.
Claro que, según la leyenda, el del rey no es el único espíritu que vaga por el templo. Gótico bendecido y santificado a todos los demonios.
No hay que ir muy lejos, justo a la capilla de enfrente, la de la Virgen Blanca, para toparse con el vampiro de la Catedral. Hasta su tumba llegó no hace tanto un endemoniado para clavarle una estaca. Rompió las vidrieras y se coló de noche en el templo para acabar con el maleficio del sobrino de Alfonso X el Sabio, el infante don Alfonso, el que nunca ha muerto. El asaltante nocturno fue tachado de loco y acabó en comisaría. Las vidrieras se restauraron. Y la tapa del ataúd se levanta cada noche para el muerto viviente. Dicen que es el viento del norte pero tal vez sean sus aullidos lo que resuena en la Catedral.
El otro muerto viviente está en la capilla de San Antonio. En pintura, alzando la mano para señalar al verdadero culpable de su muerte que, al parecer, no era el padre del santo. Allí está junto a otro dios pagano, Mitra, que también murió a los 33 años. En la puerta acristalada del lateral del altar mayor, Baco, el dios que nació también de una virgen y convertía el agua en vino. Quizá otra casualidad. Y sobre el confesionario de la capilla de Santa Teresa, un gran vicio de la ciudad: el juego. Quien sabe si no querrían representar las chapas.
Pero para gran pecado, el de la sodomía. En la enjuta que separa dos arcos ciegos, en la capilla del Cristo, dos hombres desnudos parctican sexo. En piedra.
Y en piedra está enterrado el hombre decapitado. El caballero que fue encontrado de esa guisa en unas excavaciones. El que sale cada noche en busca de su cabeza, llorando, gritando, lamentando su suerte. Está en la capilla de la entrada, donde una urna guarda las propinas de los peregrinos, oro mundano para mantener el templo, donde la sibila del pórtico está a resguardo de las inclemencias del tiempo y los tiempos. Ella inspiró una de las más impactantes procesiones en el templo. La que se celebraba cada 24 de diciembre, con una doncella cabalgada sobre un corcel blanco recitando el canto de la sibila.
Sobre la puerta de entrada, la mismísima representación del diablo: el topo de la Catedral. El que tiró tres veces la construcción. El que sigue siendo lucifer aunque en realidad sea piel de tortuga.
No hay nada dentro de la Catedral que no guarde relación cabalística con los números 3 y 5. O con sus múltiplos. Tiene 30 metros de alto, 60 las torres, cinco capillas, tres naves... Ni una sóla referencia al número 7. Podría ser casualidad, pero no. Ni mención al hombre. En cambio, sí a Eva. Incluso en una pequeña talla en el coro. Madera sagrada para representar desnuda a la gran incitadora. Eso es lo que protege el espacio acristalado del templo y no el otro órgano.
El número 3 representa el gran misterio, el de la Santísima Trinidad. Y el 5 a la mujer. Pero casi ni vale que se quiera disfrazar de tributo a la Virgen porque en la Catedral hay una de las pocas tallas de María más mujer que nunca: embazarada. Su capilla, la de la Virgen de la Esperanza, era lugar de reunión de los canteros del templo, dicen que todos masones, devotos del macho cabrío que hay justo detrás de la cabeza de la talla, labrado en piedra sobre los muros. Cada 28 de diciembre, caída la tarde, organizaban su gran aquelarre. Sí, dentro del templo. Llegaban ante el altar de la Virgen preñada montados a lomos del dios de la sexualidad. El resto ya no está escrito.
Pero el lugar más mágico del templo, el telúrico, el que conecta con las fuerzas de la naturaleza está frente al tercer pilar, no podía tener otro número. Basta con seguir a un peregrino, que allí encontrará reposo, sin más explicación. O mirar al suelo para descubrirlo. Un triángulo oscuro marca el lugar. Y entre capiteles vegetales de las pilastras cegadas, justo debajo de las imponentes vidrieras de la fachada sur, una única figura, Jano, el dios romano de las dos caras. Todo en penumbra, en la luz tamizada de las vi dieras de la Catedral más luminosa del mundo que sin embargo rinde su particular culto a la oscuridad.
Allí, donde un rey se prepara para salir de su tumba hoy mismo, al caer el sol, la noche de difuntos.
(Más información leoninsoli-to.com y 616595135).