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De viaje a

Vega de espinareda

Histórico municipio berciano, entre sus tesoros se encuentran el Monasterio de San Andrés, la playa fluvial, los paisajes del Burbia, las pinturas rupestres de Sésamo, la Fuente de la Vida o su puente romano. Forma parte de la Reserva de Los Ancares

Una playa fluvial a las faldas del río CúaEs uno de los grandes atractivos turísticos de Vega de Espinareda, sobre todo durante los meses de verano, donde vecinos y turistas se dan cita para bañarse, tomar el sol o simplemente pasar una agradable jornada.

Publicado por
PABLO RIOJA BARROCAL
León

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San Andrés es patrón de Vega de Espinareda y además presta el nombre a uno de los monasterios neoclásicos más importantes del Bierzo, lugar idóneo para realizar la primera escala de este viaje.

Construido a finales del siglo IX o principios del X y reconstruido en varias ocasiones, destacó por su desarrollo cultural, económico y espiritual a lo largo de la Edad Media, pero como la mayor parte de los centros religiosos sufrió los efectos de la exclaustración.

Merece la pena toda la visita, pero en especial su iglesia y el claustro. Muy próxima al monasterio, frente al ala sur, se encuentra la Fuente de la Vida, siguiente parada. Su interesante arquitectura, con dos caños de bronce, un blasón con corona y flores de lis, data de 1742. La leyenda escrita en su portón recuerda al sediento que sus aguas no hacen daño.

Camino ya de Vega, cabecera del municipio, cruzo el Puente Romano, puesto en pie durante los siglos I y II y restaurado después de que el río se llevara parte de él allá por el año 1959. Justo en la parte norte se encuentra la playa fluvial, otro de los grandes atractivos turísticos sobre todo en la etapa estival. Es una de las playas más grandes de la comarca berciana, bañada por las aguas del río Cúa y rodeada por un bello paisaje.

Y del entorno rural de Vega al interior de sus entrañas en la localidad de Sésamo, donde e encuentran unos de los pocos restos hallados en el Bierzo de pinturas esquemáticas de la época post-neolítica. La mayor parte de ellas se concentran el lugares de difícil acceso, pero sí es posible contemplar algunas. Según los expertos tienen entre 2.000 y 5.000 años de antigüedad. Una vez vistas, conviene acercarse hasta la Iglesia de El Salvador, echar una oración en la Ermita de San Roque y verlo todo más claro en el mirador de Peña Piñera. El Espino, otro de los pueblos del municipio, recoge parte de la tradición gastronómica de la zona, en la que además del churrasco es muy típico el pulpo. Los amantes de este cefalópodo se concentran allí cada 1 y 15 del mes para degustarlo.

Al igual que Villafranca del Bierzo, Penanzanes y Candín, Vega de Espinareda forma parte de la conocida como Reserva de la Biosfera de Los Ancares Leoneses, cuya singularidad y riqueza natural, etnográfica y cultural merece una visita en profundidad. Puentes, castros, casas tradicionales, avez rapaces, osos, urogallos y una fauna única forman parte del entorno.

Me dirijo ahora hasta Burbia, otro punto turístico primordial tanto para propios como extraños. Allí descansan la Mirada Circular, castaños milenarios y varios molinos, entre otras construcciones. Es agradable pasear desde Burbia a los Lagos de Villouso.

Los amantes del senderismo tienen otra ruta interesante que transcurre entre San Martín a la Bustarga, paraje salpicado de pinos, encinas y robles.

Las fiestas propias de Vega de Espinareda se celebran el 16 de julio en honor a la Virgen del Carmen y el 30 de noviembre por San Andrés, dos fechas que congregan a cientos de turistas, aunque uno de los grandes acontecimientos —en julio— son sus Fiestas Medievales, que recrean juegos, mercados y el modo de vida de tan singular época de la historia. Otras celebraciones de interés son la Feria de la Flor en abril, la de Artesanía (el primer domingo de agosto en El Espino) o la Fiesta de la Era Marina en Vega cada mes de septiembre.

Exhausto, que no cansado, creo conveniente terminar mi visita saboreando algunos productos típicos como el botillo, la empanada, pimientos, hortalizas, queso artesanal, miel y castañas. Todo ello regado con un buen vino de la tierra. Merece la pena.