Diario de León

CONOCER LEÓN

Una cueva gota a gota

Un millón de años erosionada por el agua helada de un arroyo. A oscuras, bajo la montaña, ha tallado una obra de arte natural. Son las Cuevas de Valporquero.

El cauce del río en torrente en las Cuevas de Valporquero

El cauce del río en torrente en las Cuevas de Valporquero

León

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Andarían por allí cerca los primeros hombres que poblaron la Tierra cuando el agua se empeñó en colarse a través de una hendidura. Así fue como el frío arroyo de Valporquero fue excavando con paciencia milenaria las cuevas. Gota a gota, entró en los poros, abrió fisuras y agrietó la roca caliza. Sin que se supiera en el exterior, sin que nadie lo intuyera desde la superficie, el agua fue creando una colosal obra de arte natural a costa de la destrucción de la montaña. Penetró en su corazón y lo diluyó.

Todo empezó hace un millón de años. Arriba, la vida continuó. El agua, también.

Bajo el pueblo de Valporquero, la naturaleza fue tallando su joya. Estalactitas, estalagmitas, formaciones de impresionante tamaña y aún más impresionante belleza. En la más absoluta de las oscuridades hasta que la Diputación habilitó la cueva para su contemplación.

Sorprende ya la entrada a la gruta, una boca en la que contrastan el verde de los pastos de montaña y la negrura de la cueva. Dentro no se pasa nunca de los 7 grados y la humedad roza el 99%.

No hay silencio en su interior. El riachuelo se precipita furioso en el interior de la tierra y ruge con una fuerza sorprendente. Especialmente en primavera, con el deshielo, y en otoño, con la llegada de las primeras lluvias, justo antes de que se cierren para dejar a la naturaleza que siga su curso durante el invierno.

Hay una parte de la cueva que sólo es accesible para quienes practican mitad barranquismo mitad espeleología. Y aunque no hay que ser un gran experto, sí conviene tener buena forma física y poca claustrofobia. Esa maravilla la muestran empresas especializadas en turismo de aventura. A las otras maravillas, las que están a simple vista, se llega a través de cómodos pasillos y escaleras que facilitan el acceso hasta los lugares tallados con mil formas caprichosas, desde la calavera a un gran pene, desde la majestuosa sala llena de columnas hasta la gota que cae con cadencia secular y hace crecer la roca o la desgasta para siempre.

El agua corre por su interior libre en cascadas y saltos o se estanca en pequeños lagos. Se agigantan las formaciones calcáreas en la sala Maravillas, repleta de estalactitas de colores que no existen en otras zonas de la cueva, o se convierten en sólo una en la Gran Vía, presidida en su centro por la Columna Solitaria, se amontonan en el Cementerio Estalactítico o se vuelven con nombre propio en la sala Pequeñas Maravillas, donde los visitantes han bautizado a ‘Las Gemelas’, ‘El Órgano, ‘La Torre’, ‘El Baño de Diana’ o ‘La Virgen con el Niño’. Y luego, en la sala de las Hadas, el camino discurre paralelo al río hasta el mirador. Se adivina ahí la profundidad de la gruta, que se asoma a una sima en la que el curso de agua se precipita desde una altura de quince metros. Entra de lleno el río en la tierra, como desde hace un millón de años.

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