Diario de León

De viaje a

Lillo

Es la capital del esquí. En ello se han empeñado la naturaleza y la gente. A un paso de la estación invernal de San Isidro, es la ‘ciudad’ en la que tomar algo después de una jornada de nieve Crecen los lirios en sus campos y se proyecta la sombra imponente del Mampodre. Conserva Puebla de Lillo intacta la huella de un pasado medieval de esplendor y la belleza de la piedra y la pizarra. Es la capital del esquí, a un paso de la estación de San Isidro. Y un lugar único donde adentrarse en la naturaleza, entre bosques y lagos. A pie, que no se necesita nada más para descubrir sus tesoros naturales.

Paisajes naturales y urbanos de Puebla de Lillo, atravesado por el río y presidido por el Torreón medieval que levantaron los condes de Luna y ahora es Casa del Parque. Desde su salón circular en la última planta se aprecia la belleza de un paisaje domina

Paisajes naturales y urbanos de Puebla de Lillo, atravesado por el río y presidido por el Torreón medieval que levantaron los condes de Luna y ahora es Casa del Parque. Desde su salón circular en la última planta se aprecia la belleza de un paisaje domina

León

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L a naturaleza fue generosa en Lillo, tanto que hasta se impuso en el nombre. Lirio, de ahí le viene. En primavera, se tiñen sus campos con la flor amarilla que es símbolo y fortaleza de la Montaña de León. La otra parte de su nombre proviene de otra naturaleza, la humana. Un rey le otorgó la carta puebla allá por el año 1000 y de ese privilegio arranca su denominación. Así que naturaleza y hombre han forjado la historia de este territorio, a la sombra de las seis impresionantes torres del Mampodre. Podría pensarse que para disputar semejante poderío, los señores feudales mandaran construir un torreón en la patria de los lirios pero más que en las cumbres, los condes de Luna miraban al llano. Así que en lo alto levantaron una torre de vigilancia para observar bien qué pasaba y quién pasaba bajo sus pies, en la tierra regada por el río Silván. Se mantiene erguida su espléndida fábrica de piedra que ha sido torre de vigilancia, cárcel, ayuntamiento y ahora Casa del Parque. Dentro contiene parte de la historia de este municipio, construida —la historia y el museo— con el esfuerzo de sus vecinos. Han donado enseres, documentos y pedazos de memoria para que el visitante recree la vida en tiempos pasados, cuando la ganadería y la labranza lo eran todo y no había mucha prisa. En lo alto del fortín rehabilitado para uso pacífico después de un incendio, una sala circular permite contemplar en todo su esplendor un paisaje en el que no falta la nieve.

Lillo es la capital leonesa del esquí. En ello se han empeñado a partes iguales la naturaleza y la gente. A un paso de la estación invernal de San Isidro, Puebla de Lillo es la ‘ciudad’ en la que relajarse y tomar algo después de una jornada de esquí. Y es también el centro de alojamiento de quienes acuden a León a practicar deportes de invierno. Pero no hace falta ser esquiador para detenerse en Lillo. Se puede dar un paseo por sus calles y comer en alguno de sus bares o adentrarse en la montaña. Para expertos y también para aficionados, porque el Ayuntamiento ha creado unas rutas de senderismo —la de Entrevados, la Cervatina, las Biescas, el Tronisco, el Camino del Wamba o los lagos Ausente o Isoba— que parten del pueblo y permiten contemplar robledales, hayedos, acebos, tejos, arroyos, pozas y valles de alta montaña. Y, si hay suerte, la abundante fauna salvaje, rebecos, ciervos, águilas, cigüeñas, buitres o quebrantahuesos, truchas, barbos y carpas en el río, y las huellas de zorros, lobos y osos. Se puede llegar andando hasta la belleza glaciar del lago Ausente o del Isoba, penetrar en la espesura del bosque en el Pinar de Lillo, tan protegido que hay que obtener antes permiso, o detenerse en la ermita de la Virgen de las Nieves, en una de las entradas del pueblo labrado en piedra y cubierto de pizarra, contraste eterno en tierra de invierno. En el pueblo que con el deshielo se inunda de lirios.

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