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La cascada de las siete hermanas

Noruega es un paraíso de mitos y agua. Los trolls, esos seres curiosos y fantásticos, habitan en múltiples espacios de este país frío pero hermoso. El viajero no dejará de verlos, y hasta es posible que alguno llegue a casa, como recuerdo, en la maleta. Pero, segurísimo, traerá en la retina la multiplicación de la fiesta del agua y del paisaje. Los fiordos son, sencillamente, un espectáculo. Tanto, que dos de ellos, el Geiranger y el Naeroy, fueron declarados en 2005 Patrimonio de la Humanidad bajo la denominación ‘Fiordos occidentales de Noruega’.

A. GARCÍA

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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V amos a visitar uno de ellos. Geiranger. Estamos en Alesund, la ciudad emplazada en siete islas, sin duda un enclave pintoresco, además de su notoriedad como referente de la arquitectura art nouveau. Unos cien kilómetros aproximadamente de Alesund a Geiranger que se convierten en un verdadero regalo para los sentidos. Alguien, aunque desconozco quién, ha dicho que esto “es el paraíso en versión noruega”. Y es que el fiordo de Geiranger es solo un brazo del gran sistema de entramados que comienza al sur de la ciudad de Alesund. La gran profundidad de los fiordos hace posible que incluso los grandes buques naveguen por sus aguas llegando hasta el inicio mismo de las poblaciones. Este, en concreto, tiene más de 250 m de profundidad y 15 km de longitud. Está rodeado de majestuosos picos nevados, cascadas espectaculares y una frondosa vegetación. A ambos lados, moteando el paisaje como añadidura, numerosas granjas prácticamente todas abandonadas, aunque el creciente auge turístico de la zona ha motivado un notable proceso de recuperación.

A lo largo de la travesía, que suele impactar a cualquier viajero por la espectacularidad de la naturaleza en su conjunto, no dejará de admirar la caída torrencial del agua en forma de cascada, a veces desde una altura que supera los 250 m. Seguro que le advertirán de algunas especiales. Por si acaso, tome nota.

Decía al principio que Noruega es un país de mitos. Y de leyendas. No podían faltar aquellas relacionadas con el agua. Y menos en un fiordo. El de Geiranger custodia la relacionada con la de las siete hermanas, cuyo conjunto de cascadas ha resultado ser otro de sus grandes atractivos. Aunque toda leyenda suele tener sus variantes, relato aquí la que, en líneas generales, sin entrar en todos los detalles, responde al relato esencial. Paisaje y palabra.

Cuentan que un campesino tenía siete hijas. Un joven que vivía al otro lado del fiordo quiso casarse con la más joven, sin conseguirlo. Intentó entonces lo mismo con otra de las hermanas, con idéntica respuesta. El recorrido de intención amorosa y matrimonial pasó por cada una de las siete hermanas. Todas las esperanzas se quebraron (me hizo gracia la expresión de mi relator) porque no consiguió a ninguna. Dicen que el joven las quiso convertir en cascadas: siete brazos de una misma las recuerdan. La Cascada de las siete hermanas se precipita al fiordo desde un saliente rocoso y se divide en siete columnas de agua, más o menos espectaculares según la época del año. Encima de este saliente, la granja abandonada –al menos durante mi recorrido- de Knivsflå. ¿Habrían vivido allí las siete hermanas con su padre? Nadie hizo caso a mi curiosidad.

Enfrente, la cascada El Pretendiente. No necesita ninguna explicación el nombre, por obvio. Pero sí algunos detalles. Dicen que el joven, desilusionado por tantos rechazos, se dio a la bebida. Y que él mismo se convirtió en cascada, frente a la de las siete hermanas que no le habían correspondido. Fíjese el viajero que esta, al abrirse en dos brazos, deja en medio un espacio que asemeja a una botella, símbolo, dicen, de las consecuencias del desamor acumulado. Otros cuentan que no es esta la razón. La verdadera, en la que se asienta el rechazo sistemático, se apoya en la habitual y desmedida afición del joven pretendiente al morapio. Vaya usted a saber… Muy cercano a la cascada, algunos advierten –servidor no logró localizarlo- el rostro del padre de las hermanas, tallado en la piedra, que parece advertirles del inconveniente. Ya tiene otro motivo más para fijar la atención, además de la cascada El velo de la novia, que también forma parte de esta historia. Se trata de una cortina de agua que por su densidad semeja un velo nupcial, que el pretendiente no pudo regalar porque nadie lo aceptó.

Seguro que nunca olvidará esta travesía por la impactante espectacularidad de la naturaleza, pura aún, primigenia. Y tampoco la Carretera del Águila. Saldrá seguramente desde Geiranger hacia Eidsdal por este tramo empinado que sube por la ladera y dibuja curvas cerradas hasta el punto más alto, a 620 m sobre el nivel del mar. Los famosos miradores de esta carretera permiten una última y espectacular vista del fiordo. La palabra la tiene ahora el viajero. Es suya.