El niño: bandera blanca
Dos entradas dan acceso a la Bodega del Niño de Cacabelos desde principios del siglo XX. Su actividad y su apariencia se mantienen intactas y se ha convertido en patrimonio del Bierzo. El olor a vino golpea el olfato nada más entrar y la vista se detiene en las centenarias cubas de roble que conservan la esencia misma de este local
Más de un siglo ha pasado desde que la Bodega del Niño abrió sus puertas en Cacabelos para vender vino casero a vaseo y aún hoy ondea sobre el portón que da acceso a este ‘museo’ la bandera blanca que anunciaba y todavía anuncia que en el bajo de esta casa se vende y se bebe vino clarete y blanco, y también doritos, esos cortos de Coca-Cola que deben su nombre al vecino Heliodoro Ordás, fundador de Beda que, tras abandonar el alcohol, buscó una alternativa para poder seguir alternando en las bodegas que, por aquel entonces, centralizaban la vida social. Había dos en cada barrio y hoy sólo queda un par, la más famosa: la del Niño.
Los precios son populares. 40 céntimos de euro vale el vaso de vino que, como se hacía siempre, se aclara a mano. Sobre el mostrador —que si hablara contaría mil historias— y frente a las centenarias cubas de roble de grandes dimensiones donde se conserva la esencia misma de esta bodega, reposan en bandejas comunes los pinchos de pan del pueblo y embutido, acompañados de las siempre recurridas aceitunas. Esto es ahora. 30 años atrás, la tapa se pagaba a 50 céntimos de peseta —igual que el vaso del vino— y se servía bacalao y huevos cocidos. Eso es lo único que se ha perdido, el resto sigue como siempre. La Bodega del Niño funciona igual que antaño, mantiene viva una tradición consustancial al pueblo de Cacabelos, en auge hasta la creación de la cooperativa y la agrupación de los viticultores.
El fresco y el fuerte olor a vino te golpean el rostro y el olfato nada más entrar. Ni los gatos tienen el acceso prohibido, deambulan silenciosamente entre el mostrador y las cubas a la espera de que alguno de los allí presentes les agasaje con un trozo de chorizo o un chusco de pan. El Niño —así se hace llamar el propietario, como no podría ser de otro modo— conversa con todo el mundo. Allí todos se conocen y, entren por la puerta que entren, ya que hay dos en este local, todos se unen a la misma conversación.
Entre los muros de la bodega del Niño, forrados con carteles de numerosas películas, como Cabaret o La insoportable levedad del ser, se habla de todo. La política, el campo, la economía... son sólo algunos de los temas de debate que, usualmente, terminan siempre en carcajadas. También se repasa la vida local y los vecinos exponen sus quejas a la espera de que otros allí presentes les ayuden a solucionarlas. Algunos no sólo hablan, sino que también escriben y dejan constancia de su visita a esta bodega con alma en el libro que para ello ha colocado, sobre una mesa repleta de recuerdos, el propietario de este local. No faltan tampoco recortes de prensa con artículos dedicados a un establecimiento con calificativo propio: patrimonio del Bierzo. Entre ellos está el que en 2009 publicó José Antonio Balboa de Paz en Diario de León.
Cerezas en aguardiente, ristras de cebollas y ajos o calabazas ambientan esta bodega de vino de principios del siglo XX, para que nadie se olvide de que en el campo está la base de todo. De hecho, el Niño es una de esas personas que mira con añoranza el pasado, cuando la gente joven bebía más vino y no tanta cerveza, cuando en Cacabelos «había un minifundio total» y «todo el mundo era productor de vino», cuando cada persona bebía «entre sesenta y setenta litros al año». Cuando en bodegas como la suya se encontraban rostros jóvenes que han ido madurando con el paso de los años y, medio siglo después, siguen siendo los mismos. Personas con historias propias y con una común, la bodega del Niño, donde se juntan cada día para el vaseo y en la que, incluso, algunos tienen ya vaso propio. El Niño es como su casa.