Diario de León

Nacimientos, la ternura del Viaje

Los nacimientos, belenes, retablos… forman un mundo aparte, delicado y hermoso, que humaniza el viaje. Un mundo infinito diría, que, junto a villancicos y ambiente navideño si coincide por esas fechas o previas, pone nueva luz a cualquier itinerario, más aún si lo focaliza en casi todos los países de la América hispana. Nada tiene de extraño que, sin salir de nuestro país, existan museos notables (Alicante, Torrevieja, Arizkun (Navarra), Ojós (Murcia), Jerez de la Frontera, Cáceres, Carrión de los Condes…), coleccionistas también en León y no pocos itinerarios de la ternura por estas tierras nuestras.

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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D icen que los viajeros han de llevar en la mochila de intenciones algunas razones que representen los intereses personales añadidos (lo propio de la tierra, literatura, gastronomía, arte, manifestaciones populares…), a los que añadirá, o excluirá, la experiencia nuevas variantes de la posible curiosidad multiplicada. Esto, enlazando con la idea que hoy nos cita en estas páginas, tiene el riesgo, si así lo podemos llamar, de lo que califico como ‘coleccionismo amontonado’. Un buen coleccionista ha de ser constante, ordenado y sistemático. No me adorna ninguna de estas virtudes. Y así he ido sumando en mis viajes pequeñas esculturas de madera, máscaras, tiradores o tirachinas (es singular uno, gigante, que se exhibe en el Museo de Arte Moderno de Santo Domingo), trompos, instrumentos musicales…, buscando en la mayoría de los casos su autenticidad, su vinculación real al medio o lo autóctono. La amenaza de lo contrario es cada día más evidente. Los chinos también están aquí al acecho, y por ejemplo, pone en guardia ese escaparate magnífico de la tradición de la mexicana Tlaquepaque. Fíjense qué bien lo cuenta, con los cambios necesarios, Antonio Toribios en uno de sus magníficos microrrelatos inéditos: «Llevaba años coleccionando ceniceros robados por los cinco continentes. Acabó por viajar solo para eso. Hasta el día que vio los mismos en el chino de la esquina».

Mi acercamiento a los Belenes, al margen de los inevitables y clásicos montajes de la infancia, que vaya usted a saber dónde andarán, fue casual. Tuvo lugar en Lima, en noviembre de 2009. Asistía a un encuentro en el Museo Nacional, en cuyo patio diferentes artesanos mostraban, durante varias jornadas, sus habilidades artísticas. «¿Para quién es este Retablo?», le pregunté un día al inconfundible artesano quechua. «Para usted, si quiere». Convenimos el precio. Me parecía un desaire declinar el ofrecimiento. El día antes del regreso estaba perfectamente envuelto en hojas de periódicos y embalado en una vieja caja de cartón atada con cuerdas, que me permitió la facilidad del transporte durante el viaje. No la perdí de vista ni un solo momento. A partir de entonces el gusanillo no dejó de funcionar. Y, aunque de forma desordenada, fueron llegando otros nuevos, a los que se añadieron los regalados por familiares y amigos. Cada uno tiene su historia. Hoy quiero contarles cinco de esas historias, todas ellas de la América cercana, donde, en general, el fervor navideño se asienta en profundas raíces. Estos cinco nacimientos son genuinos, únicos sin duda. Me emociona contemplarlos. Los Nacimientos singulares del mundo no tienen límites ni fronteras.

El Belén quechua —ellos los llaman también Retablos— es al que me acabo de referir. Excepto tres de las figuras clásicas o esenciales —Niño, buey y mula—, las seis restantes tienen una medida media de 24 cm de altura. La Virgen, San José y cuatro pastores. Fíjense en el detalle. No hay reyes, lo que, según me refiere su autor, lo acerca más a lo popular —solo haría falta observar sus rostros y vestimenta—, por ser esta una de las costumbres más arraigadas en la cultura y folklore peruano desde la época colonial, que los utilizó como medio de evangelización. Con el tiempo, cada región empezó a desarrollar los suyos propios, con sus elementos típicos. Se incorporan también diversos materiales, con la diversidad como resultado. En las provincias del norte —y este es el caso— el barro es uno de los materiales fundamentales, aprovechando sus tonalidades o repintándolo ligeramente o ultimando detalles con algunos rayados efectuados con objetos punzantes. Se ve con absoluta nitidez, y el conjunto es inconfundible.

En la que fuera capital de Guatemala, la Antigua, un canario, hoy canonizado, y al que los habitantes de la hermosa ciudad colonial veneran con devoción, Pedro de Betancur (1626-1667), fue quien inició esta tradición —también la de las Posadas— entre la población guatemalteca, aunque en esta ciudad tiene especial asentamiento, con curiosas tradiciones navideñas en todo el país. En la Antigua conocí y compartí tiempo con Julio César Urquizu Ródenas —Cúcara Mácara—, de cuyos trabajos quedé prendido. Sigue la tradición artesana familiar que se inició a finales del siglo XIX y la de los Nacimientos, como los denominan allí, desde hace un siglo. Traje tres, después de idas y vueltas al Mercado de Artesanías. Pero uno especial. Además de la curiosidad de Niño y animales, las cinco figuras restantes —padres (24 cm de alto) y reyes (28 cm)— se convierten en los verdaderos protagonistas por su singularidad. Tallado en madera local ligera, con carácter figurativo pero primario, de encantadora y rústica simplicidad, la decoración pictórica, única, proporciona una profunda intensidad de luz y color que transmite un mensaje particular porque, además, hace que la mirada sea inevitable.

La comunidad indígena wichí, pueblo originario sudamericano que, en el caso de Argentina, habita en la parte alta y desértica del impenetrable chaqueño, el Gran Chaco, ubicado al nordeste del país, un ecosistema milenario que agoniza por la deforestación. Del Chaco guardo, entre otros, el recuerdo de la dignidad de los indios tobas, algunas de cuyas máscaras conservo con especial esmero.

El Nacimiento me lo regaló la profesora marplatense Marina Porrúa, que recorre el país con el interesante programa ‘Identidades Productivas’, con una visión práctica y social incorporada a las aulas universitarias. Y tiene su anécdota, no sé si curiosa o dolorosa. Me lo entregó en la República Dominicana. Al salir del país, y dada la especial forma del Nacimiento, la policía pensó —o lo pensó el escáner— que se trataba de una bomba. Me retuvieron durante un par de horas, hasta que se descubrió el misterio, nunca mejor dicho. Imagínense el revuelo. El desenlace provocó en todos una sonrisa y una paz que lo decía todo.

El tríptico —objeto típico de la artesanía wichí— es una bella y simple talla en palo santo (12 cm de altura, 4’5 de diámetro) que representa, a través de las tradicionales figuras, el Nacimiento o la Sagrada Familia. La talla se encuentra en las caras interiores del corte longitudinal en forma de T, de un tronquito (rama) de palo santo en una mitad (parte central del tríptico) y dos cuartas (laterales o ‘puertas’ que se abren). Con la colonización de este pueblo vino la evangelización y sus formas de representación de las cuales este tríptico es una manifestación.

Una belleza única.

Belleza igualmente en Miches (República Dominicana), esa pequeña ciudad mágica a la que llegué incorporado a un proyecto socio-cultural de la mano, entre otros, del artista Geo Ripley, el Activo Cultural de la Nacional Sélvido Candelaria y Genaro Reyes, conocido este artista plástico como Cayuco por el tema recurrente de sus obras. Aunque cayuco sea, en taíno, una canoa primitiva construida mediante el vaciado de un árbol, en él se dan cita esta y otras embarcaciones, aunque la yola sea una de las más apreciadas por el artista-artesano michense: encarna la epopeya del emigrante que arriesga su vida aventurándose en una barquita muy ligera en un viaje de alta mar hacia otro país más próspero. De Miches a Puerto Rico, saliendo del río Yeguada —Cayuco tiene a su orilla casa y espacio de trabajo— fue itinerario habitual, con riesgos y peligros intensos en trayecto tan corto. En uno de esos ‘viajes’ ocurrió el milagro del nacimiento por antonomasia. La escena en la yola (35 cm de longitud) tiene las figuras principales a las que se añaden otros animales, todos ellos con policromía básica. El bejuco es la madera que se convierte en la principal materia con que trabaja este artista, de obra personalísima e inconfundible. De vocación independiente y figurativa, la belleza intensa de la escena radica en su ingenuidad, genuina y auténtica.

En este Nacimiento, además, en sus personajes, en la yola y su significado está sellada la amistad con Cayuco, el hombre generoso.

Cierro este recorrido en México.

Entre la larga tradición belenista mexicana (Michoacán, Metepec, Ameyaltepec, Tolimán…) es necesaria la cita de Tlaquepaque, una hermosa ciudad que forma parte de la zona metropolitana de Guadalajara (Jalisco), cuyos nacimientos policromados y la artesanía más variada en barro son un ejemplo que traspasa el ámbito nacional. Los nacimientos chinos de resinas también amenazan seriamente esta tradición. Sostienen algunos que Tlaquepaque se refiere etimológicamente al lugar de hombres fabricantes de objetos de barro, seguramente el material artesanal más utilizado aquí. Lo que sí es cierto es que una de las principales fuentes de su economía es la elaboración de artesanías y papel maché. La Feria de Navidad, en la que adquirí esta pieza que se puede llevar a cualquier lugar como compañía, es una ventana intensa y maravillosa a la ilusión.

Una cajita de madera (15 x 10 x 6 cm), con cierre, alberga en su interior el misterio. Totalmente pintado el exterior, sobre un fondo verde una serie de motivos florales llama la atención por su colorido. Al abrirla y verticalizarla, a la derecha, pintados sobre la madera, los Reyes, en un paisaje con árbol y estrellas sobre fondo azul. En la otra cara interior, la más profunda, la escena esencial: San José, la Virgen y el Niño, apoyados sobre la base. Un ángel, sobre fondo azul y estrellado contempla desde arriba el momento. Todo hecho a mano, y doy fe, las figuras están modeladas en papel maché. La ternura, el color, la simpatía y la sencillez son razones fundamentales que se respiran en esta contemplación.

Los Nacimientos de cualquier rincón del mundo son definitivamente la ternura del viaje y de otras ternuras. Hay algo difícil de definir cuando otro más te hace compañía en el regreso. Como si fuese un verdadero regreso a la infancia. Y es que si no os hacéis como…

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