Diario de León

Logroño, ciudad del vino

Hacía tiempo que no regresaba a Logroño, esa ciudad entrañable desde la que un día ya muy lejano emprendí, en tren, mi primer viaje al extranjero. Y la verdad es que encontré una ciudad cambiada y dinámica, una experiencia vital, como reza uno de los eslóganes de su publicidad. El relato de la curiosidad, lleno de secretos, misterios, claves y búsquedas, permite localizar rápidamente la marca de la ciudad, ese referente que pretende atrapar la identidad que la diferencie frente a otras y la haga atractiva, teniendo en cuenta que los cambios de símbolos son, en este sentido, variables.

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

Creado:

Actualizado:

L a dinamización cultural y económica son fines que legitiman proyectos con la vista puesta en el futuro. Resulta un buen maridaje su, al menos, doble capitalidad. Capital de la Lengua. Capital del Vino. Es fácil que a nadie se le escapen las razones del primer caso. El futuro del español y su proyección internacional buscando la identidad común tiene cada año una cita ineludible en La Rioja, a la que este año asistió, entre otros, Jorge Edwards: «La unidad del español —dijo— es una especie de milagro cultural». Respecto a lo del vino, nada más elocuente, por ahora, que anotar la existencia del Centro de la Cultura del Rioja, ubicado en el corazón del casco antiguo y en el que el Rioja comenzó a escribir su historia y a expandir más, si cabe, la proyección de sus múltiples virtudes. Logroño se convierte así en ciudad difusora de algunos de nuestros más preciados bienes.

Aunque el asunto dé para mucho más, supongamos que el visitante quiera serlo durante un fin de semana. Proponemos aquí, sin agotarla, por supuesto, una visión de cercanía a la ciudad y sus encantos. Añadir otros, valorar los vistos, descubrir los propios o intensificar ciertas actividades queda en el ámbito de los asuntos personales.

Es inevitable, imprescindible, el casco antiguo, bien peatonalizado y de paseo agradable en el corazón de una ciudad viva. Caminarla es, sin duda, una forma de entender la relevancia que el Camino de Santiago ha tenido en el desarrollo de Logroño —el monte Cantabria es buen mirador para contemplarla— a lo largo de los siglos y, al mismo tiempo o como consecuencia, una buena manera para descubrir historia y patrimonio. Tal es el caso de la concatedral de La Redonda y sus dos torres gemelas, barrocas. O de la torre de la iglesia de San Bartolomé (s. XIII), con esa espléndida portada, muestra única de la escultura gótica inspirada temáticamente en la leyenda áurea, que historia la vida del santo. No puede perderse, por supuesto, la iglesia imperial de Santa María de Palacio, conocida entre los vecinos como Palacio, uno de los símbolos o iconos que, junto a la estatua ecuestre de Espartero, en El Espolón, fueron sobre todo, y son, referentes inevitables de la capital riojana. Con diversas intervenciones a lo largo de la historia, el templo del Palacio se remonta a mediados del siglo XII, cuando Alfonso VII, el Emperador, dona a la casa imperial una capilla y otras rentas a la orden del Santo Sepulcro. Fíjese especialmente en la aguja, su elemento más singular, una linterna gótica octogonal sobre la que se levanta una estilizada pirámide que reproduce una corona imperial. Con cierta semejanza a la catedral de Chartres, se levantó en el siglo XIII y constituye uno de los testimonios que se conservan de la primitiva ciudad. Recalco que Logroño, bañada por el Ebro, posiblemente deba su nombre a los peregrinos Y que creció como una típica ciudad del Camino, a lo largo del eje de la Rúa de los peregrinos, hoy Rúa Vieja, a la que, inevitablemente hemos de volver Nada tiene de extraño que Santiago tenga su propia iglesia, con la imagen del santo como peregrino y matamoros.

El paseo, lento como el tiempo que se antoja detenido, recorre la rehabilitación de edificios históricos destinados fundamentalmente a fines educativos y culturales, soportales llenos de sabor, callejuelas enmarañadas, placitas inesperadas, rinconadas habitadas por el silencio y la contemplación. La atmósfera imprescindible para que en cada rincón puedan adivinarse historias de santos, caballeros, canónigos, poetas, andanzas americanas, de guerrilleros, brujas o pícaros… Al viajero le queda aquí el interés y el protagonismo, por qué no.

Doble protagonismo

El vino en La Rioja siempre es protagonista múltiple, por razones evidentes. Sin entrar en el análisis ni en profundidades, son dos las razones que nos convocan a nuevas citas, profanas en este caso.

En este intento de volver al origen como marca de autenticidad en no pocos productos, nos detenemos en Rúa Vieja, a la altura de la casa cuya cartela hace referencia a la bodega La Reja Dorada. Desde 1555, «en la que fuera casa de Dña. Jacinta Martínez de Sicilia, Duquesa de la Victoria, que lo fue por sus esponsales con el General Espartero. Año 1827». Entre la información que se ofrece, esta: «La bodega ha estado en funcionamiento hasta tiempos recientes y conserva en su interior todavía la prensa y diferentes elementos relacionados con la viticultura. Una empinada escalera nos conduce al calado de grandes dimensiones con una gran bóveda de cañón de sillería. La profundidad, la proximidad del río y la ventilación mediante las tuferas generaban las condiciones ideales de humedad y temperatura para la crianza de los vinos». No pude visitarla porque solo se abre en ocasiones. Una pregunta, sin embargo, me mantenía en alerta: ¿qué es un calado? «Son bodegas subterráneas construidas en piedra de sillería. Su importancia radica en su capacidad para mantener la temperatura ideal para la elaboración del vino».

Quería conocer uno. Y fueron dos, gracias al buen hacer de José Luis Prusén, ejemplar periodista riojano con una notable trayectoria profesional leonesa. Y sin movernos casi de la esquina, punto neurálgico de este recorrido ciudadano casi de urgencia. Al ladito mismo, el del Centro de la Cultura del Rioja, siempre punto de encuentro, de partida y de entendimiento. No se lo pierda. Y casi enfrente, en la misma Rúa Vieja, el calado San Gregorio, la bodega visitable más antigua de Logroño (s. XVI), de las seis u ocho que se pueden visitar, casi todas en este entorno. Convertidas sus instalaciones por la empresa Criteria en la conjunción de espacios modernos y funcionales con el más puro respeto de la tradición, manteniendo materiales, estructura y filosofía original y añadiendo un proyecto dinámico y moderno que crea un espacio para experimentar con los sentidos. Como está abierto los viernes por la tarde, durante todo el día los sábados y el domingo por la mañana (horarios precisos en la puerta), el viajero podrá experimentarlo por sí mismo. «Visitar un calado —se dice— es visitar la historia viva de La Rioja». Anticipo para posibles interesados: desde aquí se organiza la visita a la Ruta de Calados de la región.

Créanme si les digo que el conocimiento de los calados ya hubiese justificado mi viaje, porque siempre satisface el conocimiento de los secretos de las ciudades, y este es uno de sus tesoros. «Muchos de ellos —habla Prusén, excepcional cicerone en este descubrimiento— fueron construidos por canteros gallegos. Esto explica, por ejemplo, que el Paternina banda azul reprodujera en la etiqueta la bandera gallega como homenaje a estos canteros constructores de calados».

La actividad vinícola ha sido protagonista en el desarrollo de la capital riojana, que, con 150.000 habitantes aproximadamente, concentra la mitad de la población de la Comunidad. Este protagonismo no podía dejar de notarse en el día a día, con especial intensidad durante los fines de semana. Hablamos de zonas emblemáticas de vinos y tapeos, de barrios húmedos para entendernos. Logroño tiene el suyo, con sus propias señas de identidad, como es lógico. Y qué señas, santo dios. Llegué a él previo paso por el magnífico Palacio de Espartero, del siglo XVIII, hoy convertido en Museo de La Rioja.

La Laurel. Así llaman a esta zona de bares y restaurantes donde maridan de forma extraordinaria vino y gastronomía en bocados, tapas y pinchos. Para todos los gustos. Muy variados, con especialización incluida: pinchos morunos, montaditos, champiñones, migas, embuchados, oreja, morro, berenjenas con queso, rotos, zorropitos, montaditos de lacón con pimientos, sepia a la plancha, cocochas al pil-pil, bacalao a la riojana, pimientos rellenos, lecherillas de corderito, espárragos con salsa de setas, piparros en tempura… Entre veinticinco y cuarenta variedades he llegado a contabilizar en algunos de estos bares, dispuestos estratégicamente en un pequeño y atractivo laberinto de calles —San Juan, San Agustín, Laurel…—, callejuelas, plazas y rinconadas en que la variedad de la carta de vinos y de pinchos se convierten en protagonistas esenciales. El pueblo, sabio siempre, ha bautizado La Laurel como La senda de los elefantes, ya sabe, por eso de las trompas. Invocar la moderación nunca está de más. Entendí en este itinerario un mural que había visto en una pared de un pequeño parque, en la esquina de los calados. ¿Recuerda? «El Camino de Santiago se hace por etapas», reza sobre la pared. Un aspa sobre la e de la última palabra juega con el doble sentido.

?Definitivamente, Logroño es un gozo. Para el espíritu y para los sentidos. El equilibrio recomienda disfrutarlo a partes iguales.

tracking