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BERGEN, PUERTA DE LOs fiordos

Poner apellidos a las ciudades, una forma de acotar y valorar sus contenidos, siempre ha sido tarea difícil pero curiosa. Bergen, ‘la puerta de los fiordos’: realidad geográfica que la singulariza; una de las ‘capitales secretas europeas’, por la actividad económica e investigadora relacionada con el mar; ‘la ciudad de las siete montañas’, expresión debida al escritor Ludvig Holberg inspirándose en las siete colinas de Roma. El funicular Fløybanen, la atracción más conocida de la ciudad noruega, sube hasta la más alta –Floyen, 320 m-, que debe su nombre a la veleta de la cumbre, siempre guía de los marineros al indicar el sentido del viento.

ALFONSO GARCÍA

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ALFONSO GARCÍA
León

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C ontemplar las ciudades desde arriba, tenerlas a los pies es muy orientador. Por eso es mi primera recomendación para iniciar la visita de esta hermosa ciudad. El funicular está muy cerca del puerto, y, ya arriba, en un viaje singular que no llega a los diez minutos, las vistas son espectaculares, en cualquiera de las direcciones. Tiene allí, además, cuanto necesita para la distracción, incluidos un pequeño parque para los niños y varios paseos para disfrutar. Y el trol que todo lo ve, preparado para la foto inevitable.

Está situado. Algunos intereses habrán llamado a la puerta de la curiosidad, que posiblemente se vayan concretando mientras baja. Si tiene tiempo, la experiencia del descenso a pie es igualmente atractiva.

Habrá concluido ya que Bergen es un puerto importantísimo. Cierto. En torno a él se fragua la vida de la segunda ciudad de Noruega —el agua aquí es esencial en múltiples sentidos—, con unos 280 000 habitantes, que fuera capital del reino durante la Edad Media y puerto fronterizo de la Liga Hanseática –federación comercial y defensiva nacida en Alemania-, extinguida en el siglo XVIII. Sepa, o recuerde, que está a 560 km al oeste de Oslo, en un majestuoso laberinto de mar, tierra y fiordos en la región de Vestlandet, en el Mar del Norte.

Un interesante museo da buena fe de la presencia de la Liga Hanseática en el barrio de Bryggen (en noruego significa muelle, embarcadero), con los clásicos edificios de madera. Hoy eminentemente zona turística y epicentro de la ciudad, fue el barrio de los comerciantes de la citada Liga, que tuvieron como centro espiritual la singular iglesia románica (siglo XI) de Santa María (Mariakirken), el edificio más antiguo que se conserva.

En Bergen casi todo está a mano. Una gran ciudad que aún conserva el encanto de las pequeñas. Depende, como siempre, del tiempo y de los intereses. Anote, por si acaso, algunas sugerencias. El sorprendente Mercado del Pescado (Fisketorge), de tan larga tradición y calidad, cuya cercanía también al aire libre, además de las exquisiteces, testifica detrás de los mostradores la presencia de jóvenes europeos y de otras nacionalidades —entre ellos se oye hablar también español— que han venido a buscar trabajo por estos lares. Unos prismáticos en la mochila no es mal consejo para el viajero, sobre todo por los países y geografías en que la naturaleza constituye una de sus fortalezas. Habrá visto desde arriba un lago con una fuente-surtidor en el centro, rodeado de jardines y árboles. Qué hermosos los rododendros. Es el Lille Lungegardsvaan. Un remanso de tranquilidad. Hay museos para todos los gustos: arte, artes decorativas, botánica y zoología —impresionantes los esqueletos de ballenas—, pesca y navegación… En este posible recorrido observará la combinación de arquitectura antigua y moderna, elemento enriquecedor del marco ciudadano. Para los amantes de la música, el Grieghallen, el mayor auditorio del país, que lleva el nombre de Edvard Grieg (Bergen, 1843-1907), el músico más célebre de Noruega. Si no conoce su obra, es un buen momento para escuchar algunas de sus celebradas composiciones, en las que se advierte la presencia del folklore del país. Si la conoce, la repetición es una excelente ocasión para apreciar con mayor intensidad la riqueza de este entorno majestuoso en que nos movemos. A unos ocho kilómetros de la ciudad en que nació, el lugar, entrañable y hermoso frente a un lago, donde vivió, compuso y está enterrado: Troldhaugen, espacio que, según la leyenda, estaba habitado por los trols. Definitivamente, la música, el agua, los trols y el paisaje son aquí referencias inevitables por sustantivas y esclarecedoras. Conforman buena parte del alma de este pueblo, amable y sencillo.

Hablando como estamos de los alrededores de la ciudad, uno puede encontrarse, por ejemplo, con la residencia de la realeza noruega cuando visita la zona, o contemplar y admirar las curiosas iglesias escandinavas. Mil razones siempre. No está de más, por supuesto, un viaje en barco por algún fiordo, el Naerøfjord pongamos por caso, el más estrecho del país. Navegar por cualquiera de ellos se convierte en una experiencia inolvidable.

Entiéndame. La ciudad es suya. Del viajero depende siempre la intensidad con que se viva. Sigo pensando que Bergen es una de esas ciudades que permanecen siempre grabadas en la retina. Y en el recuerdo.

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