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La Calza?da del Gigante

Belfast, la ciudad del Titanic, es la capital de Irlanda del Norte y de uno de los seis condados que la componen, Antrim. Puede ser el punto desde el que hoy iniciemos el viaje en busca de un destino excepcional, la sorprendente Calzada del Gigante, o en plural, de los Gigantes. Entenderá por qué.

ALFONSO GARCÍA

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ALFONSO GARCÍA
León

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E n números redondos, un centenar de sorprendentes kilómetros. Llegaremos a la costa septentrional irlandesa, frente a las costas escocesas, separadas por el Canal del Norte. Frente a estas costas, aunque uno cree que habría que virar la mirada más a la izquierda, tuvo lugar el desastre de la llamada Armada Invencible. Pero lo cuentan los nativos, y la tradición por estos lares parece escrita en el aire.

Casi de forma inevitable y progresiva, se dará cuenta —lo habrá hecho ya, estoy seguro— de que Irlanda es un profundo testimonio de una naturaleza exultante y virtuosa. Y eso que apenas ha recorrido treinta kilómetros cuando llega a la ciudad de Antrim, de unos veinticinco mil habitantes. Por cierto, también pudo haberla elegido para iniciar desde aquí el viaje. El entorno merece la pena, de forma especial el lago Neagh, el mayor de Irlanda y uno de los más grandes de Europa. Es un refugio de vida silvestre, una guía para caminantes a lo largo de hermosos paseos, bosques frondosos e islas que motean la superficie del agua. El nombre del lago, según me explican, significa ‘lago del dios-caballo Eocha’, lo que posiblemente le provoque la certeza de que estamos en un territorio de mitos y leyendas. Así es Irlanda. O así es Irlanda también. Como siempre, su mitología ofrece una versión, varias versiones mejor, sobre el origen del lago Neagh. Siempre viene bien escucharlas y quedarse con una, o mezclarlas. No le cuento nada ahora, ni siquiera del sugerente nombre de la ‘Piedra de las Brujas’, que también se encuentra en este condado.

Tenga como referencia el pueblo de Bushmills, desde donde se accede fundamentalmente a la Calzada del Gigante a lo largo de un camino que bordea el espectáculo vivo del mar, sobre todo si tiene la suerte de un día de luz. Aprovecho para recomendarle calzado cómodo. Y crema solar, por si acaso. Y ropa de abrigo, por lo mismo. Y paraguas o chubasquero, por ídem. Imprevisible.

Desde el aparcamiento y el Centro de Interpretación —merece la pena—, la caminata le lleva hasta el corazón de lo que la mayoría considera una maravilla del mundo, descubierta en 1693 y hoy Patrimonio de la Humanidad. El alquiler de un audio-guía —hay versión española— puede ser de mucha utilidad.

Cuentan los sabios del asunto que la costa septentrional irlandesa es una gigantesca clase de geología. Seguro. Lo que sí, o también, es cierto es que este espacio, y la costa, es un espectáculo en que la naturaleza, impresionante y con frecuencia insólita, se convierte en protagonista indudable.

La primera impresión que tuve es que estas ‘piedras’ eran en realidad miles de columnas entrelazadas como un panal de abejas, colocadas aquí cuidadosa, meticulosamente. ¿Por qué? La ciencia responde que las aproximadamente 40 000 columnas de basalto, en su mayoría hexagonales —algunas superan los 10 m de altitud—, son el resultado de un intensa actividad geológica y volcánica que se produjo hace 60 millones de años. Como el basalto es más resistente, la erosión actúa primero sobre otras rocas dejando al descubierto las columnas.

El mejor consejo es sentarse y contemplar este espectáculo extraño y sorprendente. Los irlandeses, que presumen no solo de sus pequeños duendes (leprechauns), sino también de sus gigantes, están convencidos de que la causa de estas formaciones se debe a uno de estos últimos. Ya se sabe: para paisajes míticos, historias míticas. Desde hace años y durante mucho tiempo, fue este un lugar de excursión para los habitantes de la isla, que añadían más contraste de color al paisaje con sus tiendas, puntos de venta y de contadores de historias. Hoy las riadas de visitantes son de turistas que proceden de medio mundo. Unos y otros escucharán la historia, o una de sus diversas variantes, en que el gigante Finn McCool se convierte en el responsable de que exista cuanto estamos viendo.

Escuchen.

El gigante Finn McCool recorría habitualmente la costa norte, desde donde podía ver Escocia. Escocés era precisamente su mayor rival y amenaza para Irlanda: el gigante Benandonner desafiaba su fuerza y su reputación. Por eso un día, con el deseo secreto de iniciar la pelea que le hiciese victorioso, Finn invitó al escocés a visitar Irlanda. Pero todos los barcos eran pequeños para poder transportarlo. Entonces Finn construyó una calzada con enormes piedras a través del agua para que Benandonner pudiera viajar sobre un terreno seco. Mientras el gigante irlandés se acercaba a Escocia, se dio cuenta de que su rival era mucho más grande de lo que pensaba. Decidió entonces regresar rápidamente a casa y pedir consejo a Oonagh, su esposa, quien, después de pensarlo durante apenas unos segundos, ideó un buen plan: le colocó en una enorme y tosca cuna, le pidió que estuviera quieto y se hiciese el dormido. Apareció entonces la enorme sombra de Benandonner por la puerta. Oonagh invitó al gigante escocés a tomar el té, mientras le pedía, con el dedo índice colocado verticalmente sobre la boca, que no hiciera ruido para no despertar al hijo de Finn. Viendo el enorme bebé que había en la cuna, Benandonner se asustó y dijo que si ese era el hijo, prefería no conocer al padre. Así que regresó apresuradamente a Escocia, destrozando la calzada tras él, aterrado por la sola idea de que el terrible Finn pudiera seguirlo. Esto que ven es lo que queda de aquella calzada. Ahora saben por qué es la calzada del gigante. O de los gigantes.

El viajero que cuenta debería acabar aquí. Pero le da no sé qué no contar un par de cosas más, en forma de breves apuntes, porque están muy cerca. Quién sabe si la filosofía del regreso entra en sus planes. Como casi siempre, por si acaso…

Muy cerca, el llamado Carrick-a-Rede, con más de doscientos cincuenta años de historia, es un puente construido por pescadores para comprobar las redes. Hace poco más de una década y media dejaron de faenar, al cambiar la ruta de migración del salmón. En cualquier caso, salva una distancia de unos 25 m sobre unos 30 de profundidad —el vértigo es posible— que separa la costa del islote de Carrick, habitado en otros tiempos por sus míticas sirenas. Quizá tenga suerte…

Y en Bushmill, tan a mano, The Old Bushmill Distillery, la destilería más antigua del mundo, una auténtica leyenda en la que podemos conocer todo el proceso de elaboración del whisky, cuyo significado original parece ser ‘agua de vida’. No está nada mal. Los conocimientos de ese proceso han ido pasando de generación en generación, con lo que, de probarlo, altamente recomendable, estará probando el whisky irlandés con el mismo sabor de hace cuatro siglos. Es el único que se lleva haciendo en la misma destilería desde siempre. Por eso aquí cobra más sentido lo que suelen repetir por estos pagos: el whisky es una pasión; la destilación, un arte. Compruébelo. Sin pasarse. La experiencia del día ha podido ser completa y no merece la pena echar ni un solo detalle en el olvido.