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En busca de la pureza

Viticultura tradicional no como labor sino como ejercicio de adulación, riguroso trabajo en bodega y extrema exigencia con el resultado final: mencías que trasmiten pureza y la más fidedigna expresión de la variedad..

Modesto Valle Blanco, ‘Pipo’, sentado en el exterior de su pequeña bodega en el pueblo de Otero de Toral. B. FERNÁNDEZ

Publicado por
RAFAEL BLANCO
León

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Nunca vamos a bajarnos de la exigencia de la más alta calidad. Nos la da la viña y la viña es la que manda en todo lo que hacemos en la bodega». Modesto Valle Blanco —Pipo en el pequeño universo vitivinícola berciano, aunque en el nombre le va el carácter y en los apellidos la evocación— asumió la herencia vitícola familiar con el íntimo compromiso de sacar lo mejor del viñedo que había plantado su abuela en parajes de referencia de Otero de Toral. La diversidad de altitudes, composiciones de suelos, orientaciones y cuadros de plantación de esas viejísimas cepas en una docena de pequeñas viñas que suman cinco hectáreas y media de propiedad constituyen un legado de enorme valor como para renunciar a él. De manera que Pipo, que cuida de cada cepa con la dedicación de un monje a la oración y un mimo conmovedor, hizo de ello una obsesión más que una dedicación. Sin prisas y con el objetivo de la máxima calidad en la elaboración se puso a ello en 2002, con vinificaciones sin identidad que, aunque muy celebradas, no pasaban en su disfrute del entorno más próximo.

Pero fue en 2012 cuando encontró la horma de su zapato en sus pretensiones enológicas. Charo Sández, una joven valdeorresa buena conocedora del vino berciano, interpretó a la perfección las exigencias de esas viñas y del propio Pipo, y de esa sintonía perfecta sobre la que se cimentó este pequeño pero ambiciosísimo proyecto vitivinícola salieron al mercado los dos primeros Siete Gavias — Siete Cuartales a partir de la segunda elaboración—, un joven y un crianza «contundentes, cien por ciento mencía, que huelen y saben a vino», define Sández con indisimulado acento gallego e indisimulable pasión por la bodega. «Somos metódicos y exageradamente exigentes con lo que hacemos y con el respeto a la viña. Trabajamos mucho la viticultura y no nos la jugamos en el vino. Lo que hacemos no es excelente, sino excelentísimo. Seleccionamos en la viña y, por exagerado que parezca, también uva por uva en la bodega, respetando el coupage que nos dan las propias viñas», afirma. Tanta es así que de los aproximadamente 8.500 kilos que habitualmente vendimian a La Longueira, las laderas de Cotarelo y Villamartín y sus otras viñas ni siquiera maceraron este año una cuarta parte para vinificar unos mil litros de vino. «Es lo que hay, pero no dejaremos a ninguno de nuestros clientes sin la parte que le corresponda», enfatiza Pipo. Modestamente hablando.