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Celdas de arcilla y oración

La primera sorpresa es respirar una mezcla de trigo y tomillo. La segunda, oir el bullicio lejano del Esla o del Torío, levantar la vista a 50 metros del suelo y descubrir la boca de unas curiosas cuevas de arcilla que sirvieron de refugio hace quince siglos a los eremitas. Villasabariego y Villaquilambre conservan aún esas viejas celdas de retiro

Rebautizada como cueva del Moro, el cenobio rupestre de Villarrodrigo posee un ábside y dos partes diferenciadas.

León

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A escasos kilómetros de León capital, se abren magníficas, las cuevas eremíticas de San Martín (Villamoros) y de Valle (Valle de Mansilla), asentadas en los municipios de Villaquilambre y Villasabariego y rebautizadas ambas como del Moro. Acceder a ellas es rasgar el silencio, llenar las pupilas de cultivos y arboledas que serpentean junto a los ríos Torío y Esla. La caminata es corta, pero intensa para superar los desniveles de las colinas donde se excavaron y reencontrarse con un lugar de retiro y oración usado en la época visigótica, según la creencia. Pasar del bullicio del mundo a la soledad de la celda, olvidar el fragor de la batalla por la paz y el silencio de un cubículo no tuvo que ser fácil para aquellos guerreros de corazón duro, valor indomable, porte soberbio y pasiones insaciables que se transformaron, según la leyenda, en monjes piadosos que optaron por ocupar cenobios austeros. El primer anacoreta renombrado fue el Rey Rodrigo, que se retiró a las montañas de Portugal, y el último, Carlos I, que se refugió en Yuste. En el caso de las cuevas de Valle de Mansilla, la historia y las paredes marcadas por los arañazos y los instrumentos afilados que sirvieron para dibujar sus pequeñas celdas interiores, demuestran que este enclave tuvo un gran peso en la conversión de decenas de ‘soldados’. A partir del siglo X, esos ermitaños comenzaron, con probabilidad, a bajar de sus guaridas y se organizaron en recintos que dieron lugar a los monasterios medievales. De hecho, en las inmediaciones de las cuevas se levanta San Miguel de Escalada y se abre un castro en el que han aparecido columnas, piezas de estatuas, tumbas y numerosas monedas. Además de los eremitas, las cuevas de Valle han servido de refugio a los lugareños durante la invasión árabe, como atestigua una ilustración del Beato de Escalada. En ella se muestra cómo la población local se escondía en el interior de tres colinas. De ahí, que en la zona se hayan bautizado como Cuevas del Moro. Los octogenarios del pueblo recuerdan que las cuevas poseían una gran dimensión al distribuirse en varios pisos. Sin embargo, en la década de los treinta las estancias inferiores se taponaron para evitar los resbalones de los pequeños que acudían a jugar en su interior. El Ayuntamiento estudia la fórmula de promocionar «este curioso patrimonio, testigo de una época». Según las investigaciones, eremitorios similares y rupestres aún se conservan en la zona del río Pisuerga, en el medio y alto Ebro, en los valles del Bierzo, en el occidente de Alava, al norte de la provincia de Burgos y al sur de Santander.

También el Ayuntamiento de Villaquilambre quiere promocionar la denominada cueva de San Martín tallada, probablemente, hace quince siglos en el escarpe de la margen izquierda del río Torío. Para ello, el PGOU incluye un plan especial de protección de esta ermita rupestre, que posee una curiosa nave, un arco de herradura y un ábside con bóveda semiesférica.

Es más, la idea es abrir la ruta verde que discurrirá junto al río hasta el paraje de cárcabas donde se esconde la cueva, popularizada como del Moro. Se trata de una estructura subterránea excavada en las arcillas. Fuera, aún se mantienen varios árboles frutales que, supuestamente, plantó el eremita para abastecerse de comida. La ruta mejorará el camino de subida a la cueva.

La cueva consta de dos partes diferenciadas tanto en planta como en altura. Tras el vano de acceso, muy desvirtuado por los desprendimientos y la erosión de la ladera, que en parte están obstruyendo el paso, se abre una sala rectangular de 3,30 x 3,50 metros. Tras ella un paso más estrecho con arco de medio punto comunica con una sala de planta ultrasemicircular con techo abovedado que se conforma como un ábside. Todo ello indica, según los estudiosos, que la cueva fue ocupada por un solo eremita que la convirtió en una iglesia rupestre con morada y oratorio. En la obra de Claudio Sánchez Albornoz, Una ciudad de hace mil años, referente a León, habla ya del monje ermitaño que vivía en la cueva del monte sobre el río Torío, que está en la localidad de Villamoros. Los redactores del PGOU reconocen que la escasa visibilidad actual de la zona les impidió realizar mayores apreciaciones a la hora de elaborar el catálogo arqueológico. Sitúan el yacimiento en la parcela 13, dentro de un área de monte bajo que se extiende en 16 hectáreas.

Un documento fechado en el año 1006 hace constar que la cueva de San Martín perteneció al monasterio de Santiago de León, luego fue comprada por Zaben, padre de Gundisalvo, hasta que huyó de su soledad y las tierras volvieron de nuevo al monasterio. Otras hipótesis más aceptadas por los investigadores indican que en el siglo VI el rey suevo Recilano martirizó al prior San Ramiro y a doce monjes del monasterio benedictino de San Claudio de León. Los cuerpos se han encontrado en las excavaciones de 1967 a 1969 realizadas en la iglesia paleocristiana de Marialba de la Ribera. Recilano destruyó Lancia, y los eremitas que vivían en las cuevas de esa zona y Villacontilde huyeron. También pudo venir a este Coto Redondo un monje enfrentado con los responsables de San Isidoro y construir su cenobio rupestre, una costumbre extendida hasta el siglo X y practicada por personas que llevaban una vida de oración.