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duero PORTUGués, tierra para soñar

La región portuguesa bañada por las aguas del Duero es una invitación al descubrimiento. Quintas con casas señoriales entre viñedos, vegetación, alguna playa y el rumor del agua en el viejo camino del vino hasta Oporto

Oporto. El simbólico puente de D. Luis I es uno de los que unen a esta ciudad con Vila Nova de Gaia, donde se asientan verdaderamente las bodegas del afamado vino. Abajo, El barco recorre desde Oporto los doscientos kilómetros que el Duero asienta en tier

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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E l Duero es también importante camino del vino que, en el corazón del tramo portugués, se trasladaba en veleros (rabelos ) hasta Oporto. Prácticamente todo el negocio en manos inglesas como «pago» portugués por la ayuda en la expulsión de los franceses durante la Revolución, fue esta la primera demarcación vinícola del mundo, creada a mediados del siglo XVIII por el marqués de Pombal. Sus secretos residen fundamentalmente en el suelo de esquisto sobre el que se asientan las viñas y en el añadido de aguardiente para que, al ser exportado, no llegara convertido en vinagre. En este trayecto fluvial hay otras zonas vinícolas, como son la de los vinhos verdes y la denominación Ribeira do Douro . Pero antes de entrar en el río, por pura cronología del desplazamiento, el viajero llegó a Salamanca, se unió al grupo de quienes emprendíamos el mismo viaje y, ya como colectivo y en autobús, pusimos rumbo a Oporto. La incógnita empezaba a despejarse.

Alguien ha dicho que la región portuguesa bañada por las aguas del Duero es una invitación al descubrimiento. No me cabe la menor duda, además, la añadidura de sensaciones y experiencias que se inician ya en la visita a Oporto, tocada de una deliciosa decadencia tras la que se esconden no pocas señas de identidad que se personalizan, por citar algún caso, en la viveza de las calles o en la catedral, desde cuyo eje crece la ciudad, o en ese ejemplo máximo del Barroco que se contempla en la iglesia de San Francisco, o en las márgenes del río que nos permiten saborear callejuelas, tiendas y cafés. El dicho portugués de que «Lisboa se divierte, Coimbra canta, Bragança reza y Oporto trabaja» se justifica en la multiplicación de los puentes, canalización de una actividad que es frenética en no pocos momentos.

Sin embargo, cuando el barco inicia su andadura parece detenerse el tiempo porque el espectáculo es irrepetible. De espaldas a la dirección que remonta el río, a la izquierda queda Vila Nova de Gaia, donde el vino madura en las bodegas desde las que viajará a todo el mundo. A la derecha, Oporto, asentado en la colina que empieza a cobrar el color de la mañana. Uniéndolos, una serie de puentes, entre los que el de D. Luis I adquiere verdadera categoría de símbolo y de señas de identidad. Quizá en esta contemplación uno entienda con claridad que el Duero es un río con auténtica vocación de mar. Desde el mar, sin embargo, recorrerá el viajero aguas fluviales doscientos kilómetros tierra adentro, en busca de los orígenes que se alejan aún en otros largos setecientos.

Es el momento para contemplar. Quintas con casas señoriales entre viñedos, vegetación, alguna playita dispersa a las que llegan a pasar el día festivo decenas de familias. Es una permanente sensación de sorpresa ante la singularidad del paisaje, de una fortaleza extraordinaria.

Apenas recorridos veinte kilómetros, la presa de Crestuma-Lever, con una esclusa que permite salvar un desnivel de 14 metros.

Desayunará y comerá hoy en el barco. Le quedan aún ochenta kilómetros para alcanzar el fin de la primera jornada de navegación.

Se suceden, en esa geografía única por la que discurre el cauce, la contemplación en ambas márgenes de zonas de recreo —hay quien decide sus vacaciones en una de las casas rurales dispersas por estos ámbitos—, cámpings, pequeños atracaderos, embarcaciones de ocio o el propio trazado del río que dibuja sobre su propia imagen generosas anchuras o pronunciados estrechamientos. La naturaleza es un asombro.

Fíjese. Puente y pueblo de Entre-os-Rios es una referencia de significado y sonoridad. Y fíjese cómo se acentúa la presencia de barcazas para el transporte de arenas y grava, aunque no falten ciertos síntomas de abandono. Y es que el Duero no sólo vertebra el paisaje, también es medio de vida y vía de comunicación, sin que, como tal, la dimensión turística parezca de menor calado. La presencia de deportes náuticos y la del pescador humaniza el tiempo libre. Pocos se dedican ya profesionalmente a estos últimos menesteres, aunque los excelentes pescados del río —sábalo y lamprea sobre todo— sigan siendo ejemplos de la genuina gastronomía regional.

Se intensifica la presencia del viñedo, escalonado como tantos pueblecitos y aldeas, sobre las laderas. Se angosta el cauce, con estrechamientos de abrupta belleza, sorprendente. ¿Habrá algo que unifique espiritualmente a estas gentes y estos pueblos bañados por el Duero?

No sé si ha tenido alguna vez la sensación de una esclusa , ese artificio técnico que permite que los barcos puedan pasar de un tramo a otro de diferente nivel. Para mí era la primera vez y resultó, además de novedosa, sugerente, divertida. La presa de Carrapatelo, que dista unos 65 kilómetros del punto de partida, salva el mayor desnivel de Europa en este sentido, 35 m

Comida a bordo. A izquierda y derecha, Cinfâes, Resenda, Baiâo, Mesâo Frio, donde comienza la verdadera región del vino de Oporto, y Peso da Regua, la capitalidad de estos caldos. Hemos ido observando cómo el viñedo fortalece su presencia, que alterna con algunas huertas, y cómo el terreno que encajona al Duero se abre y pierde cierta fuerza de altura.

Han pasado casi ocho horas desde el embarque. Queda tiempo para trasladarnos, ahora en autobús, hasta la ciudad de Lamego, de tanta importancia en la formación de la nación portuguesa, de notable significado en la vida administrativa y eclesiástica. Con apenas 30.000 habitantes y dispersa en un corredor de colinas, sus ejes de importancia, por resumir, giran en torno a la catedral y al santuario de Nuestra Señora de los Remedios. Subir sus aproximadamente 600 escalones es un buen ejercicio, que recompensa con la vista que se ofrece desde arriba. A principios de septiembre se celebra la conocida como Romería de Portugal , que nació con espíritu de penitencia.

De Lamego a Vila Real, con múltiples razones para la visita, aunque el vértigo de la carretera ponga algún que otro suspiro en el viajero, que se dará cuenta del cuidado del viñedo, de su inverosímil acceso en algunos casos, de la alternancia con otros cultivos, del poblamiento diseminado...

Cena. Y a la cama. El agua puede poner música a los sueños.

La exportación de vinos es el principal motor de desarrollo de la comarca. No es de extrañar, por tanto, que el curso medio, donde nos encontramos prácticamente, y hasta la desembocadura sea el tramo más habitado.

Desayuno temprano en el hotel para embarcar a las 8’30 en Regua. Muy pronto la ciudad bulle de gente. La mañana, aunque fresca, augura una jornada espléndida. El cámping está a tope y en la ciudad ya no hay sitio para ningún otro coche.

Poco después de haber iniciado el recorrido de este segundo tramo del Duero, la presa de Bagauste nos adentra en la esclusa para salvar un desnivel de 27 m. El paisaje adquiere un tono de austeridad progresiva al estar cultivado en menor medida. Desciende el cultivo de la vid y va tomando cuerpo la presencia del olivo y el almendro.

Contempla el viajero, de espaldas a la corriente, el ferrocarril, a la izquierda, línea construida entre 1875 y 1887, con el mismo trayecto de cuantos saludamos a sus viajeros, agitando las manos, desde aguas adentro. Es una fórmula para tener en cuenta si queremos alternar el viaje, quizá otro viaje. A la derecha, la carretera. Tres caminos diferentes para un mismo destino, hermanados los tres en esta maravilla del paisaje. Pero el río, este Duero mítico y generoso, parece adquirir otra personalidad, con cauce rico y enraizado en el paisaje que atraviesa. Hay más belleza, sin duda, o es lo que siente el viajero, al menos esa belleza arraigada a lo natural. Pero más soledad. Uno piensa que vivir por estos lares es tarea difícil, aunque el pensamiento se debilite pronto, cuando vemos Pinhao, al lado de la desembocadura del río del que seguramente tomó el nombre. Es Pinhao un pueblo precioso, coqueto casi, en la orilla izquierda contraria a la corriente, asentado en la suavidad de una colina. Recogemos a algunos otros viajeros que se suman, desde otro barco más pequeño, a la aventura del agua que nos lleva al corazón indefinido de tierra adentro.

Poco más de una hora, y la presa de Valera. Construida en los años setenta en uno de los puntos más peligrosos de este camino fluvial, que se ha encajonado entre rocas en los últimos kilómetros, tiene un desnivel de 32 m.

La música del fado pone belleza al momento. Comida. Conversación generosa, paisaje que nunca satura, nueva presa, ahora la de Pocinho, y la esclusa que permite salvar 20 m. Quedan 20 o 25 kilómetros para llegar a destino. Las últimas miradas, las últimas sensaciones.

El autobús inició sobre las cinco de la tarde rumbo a la ciudad de origen. Una de las hermosuras del viaje es el regreso. Pero el Duero acompaña como una nostalgia. Uno promete el retorno para, ahora por carretera o en tren, acercarse a los pueblos y las gentes que han hecho su larga historia mirando las aguas de un río que les abre las esperanzas del mar. El Duero, amigo, siempre permite soñar.