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Vino de otra generación

Pobladura de los Oteros escribió parte de la historia y dio sabor y prestigio al vino leonés, sobre todo por la labor de Joaquín Garrido. Hoy es su hija Silvia la que da continuidad a la labor familiar del tío Macario con ese clarete tradicional y otros vinos de nueva generación.

Aspecto de uno de los dos lagares que tiene la bodega y en los que todavía se hizo el último pisado hace sólo quince años. JAVIER GARDUÑO

Publicado por
RAFAEL BLANCO
León

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No es nostalgia, es emoción. Y es historia y, sobre todo, patrimonio vinícola. No hay en la DO Tierra de León más de dos o tres bodegas que, al menos parcialmente, sigan desarrollando su actividad en cuevas tradicionales, que en Los Oteros, por la característica ondulación del terreno que en primavera lo convierte en armonioso oleaje de un inmenso mar verde, son auténticas obras de arte. Pobladura de los Oteros ofrece todavía en ese sentido una panorámica bellísima, con los ventanos de las bodegas protagonizando la fotografía general, aunque la actividad vitícola no sigan ejerciéndola más que tres de sus siete vecinos y la vinícola se limite al legado de otro, uno solo, de esos personajes legendarios en el vino leonés. Hace tres años que Joaquín Garrido vio llegado el momento de un merecido descanso y pasó el testigo a su hija Silvia, de la misma manera que él lo había recibido tiempo atrás del tío Macario, que como tal se menciona —homenaje fotográfico incluido— en la bodega.

Tuvo Pobladura de los Oteros un pasado vinícola glorioso, alcoholera incluida, alentado sobre todo por las históricas Bodegas Regias y por la saga familiar que nos ocupa y cuyas bodegas son contiguas. Pero más que una cueva, esa laberíntica y enorme excavación es un museo en el que se apilan los recuerdos. Quedan todavía cajas de madera, bocoyes y alguna de esas grandes tinas de elaboración y, en uno de los huecos, las duelas perfectamente ordenadas de La Generala (7.000 litros), la más querida. Y quedan dos lagares, uno de ellos intacto, pese a que del último pie que se levantó allí han pasado quince años. Hoy la bodega elabora en una nave contigua, pero envejece y almacena en las óptimas condiciones que ofrece esa posibilidad.

La concentración parcelaria asestó un golpe durísimo a la viticultura: arrasó el viñedo viejo y sólo dejó en la actividad a esos nostálgicos que cada vendimia siguen entregando la uva a la cooperativa de Pajares. Joaquín, que estuvo en la actividad desde los catorce años, siempre sacó mejor provecho de la suya y sus claretes gozaron —y gozan— de la mejor reputación... y de un merecido éxito. Eso animó a su hija a seguir en la actividad y a hacerlo además exigiéndose dar nuevos pasos hacia la diversidad y la calidad en las elaboraciones. Amplió por compra a 14 hectáreas el viñedo propio —una en rastrera—, este año plantará dos y media también de Prieto Picudo y el próximo tres de Albarín. Y ella misma cierra el círculo de la actividad vendiendo el vino puerta a puerta.