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aSOMBROS DEL AGUA

También el agua escribe la historia. El discurrir lento, casi eterno, sobre la piedra desnuda ha sido capaz de poner nombre al tiempo. Y cuando le fue posible buscar caminos en las entrañas silenciosas, añadió renglones de asombro. Hay allí una filigrana que pone la nota de fascinación de que normalmente carece la historia que todos conocemos.

ALFONSO GARCÍA

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ALFONSO GARCÍA
León

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S i esta sirve como elemento de acercamiento al discurrir humano que en pocas ocasiones ejerce como maestra, esa otra, un poco desconocida y no menos misteriosa, invita al hombre, alejado de protagonismos y consideraciones, invita, sin ninguna duda, a la contemplación. Palencia es tierra de sorpresas, grabadas en el paisaje con la humildad que el paisaje ejerce desde el silencio. O desde el silencio que el paisaje impone a la belleza de la mano del hombre, que también en esta zona se sustantiva con delicada presencia románica. Esa delicadeza definitiva es la única exigencia si quiere gozar en este viaje. El caminante solo ha de poner esa voluntad y no cerrar nunca las puertas a nada.

Covalagua —leerá también Cuevalangua— es un verdadero Monumento Nacional, sencillo, con un circo que lo abraza con la roca formada en capas y una tupida arboleda que rompe la imagen del Páramo de la Lora. Quejigos, hayas, avellanos, gayabas, majuelos, tejos... ponen contraste en el paisaje. Pero, sobre todo, el agua que discurre con lentitud sobre la piedra caliza en forma de peldaños siguiendo un cuenco natural en la bajada y creando pequeñas cascadas entre uno y otro peldaño. El musgo se hace vivo y regueros sobre la roca llena de filigranas producen una sensación única. Se comprenderá mejor la historia si alguien le dice que el estanque que aparece unos metros más abajo del puente de madera se debe a las filtraciones del río subterráneo que llega desde la cueva.

Si el espectáculo de Covalagua está a flor de tierra, parece impensable que un poco más allá aparezca, por lo inesperado, belleza subterránea de semejante calibre. Sobre la llanura, esta cueva de páramo, la Cueva de los Franceses, ofrece al visitante muchos metros de la más clásica belleza de este tipo de cavidades: estalactitas —débiles, por el grosor del techo, de apenas 8 metros—, estalagmitas, bóvedas, columnas, pozos, coladas..., todo ello resaltado y embellecido por iluminación artificial. Si todo es hermoso -cada cual ha de elegir su gozo personal- en este itinerario horizontal con pequeños desniveles, uno apunta la antiguamente llamada Sala de los Pilones —nombre de fácil explicación— y la última descubierta como sus puntos de especial atractivo.

Hoy la única cueva palentina visitable, fue dada a conocer en 1904 por Luciano Huidobro. Acondicionada en los primeros años setenta, en 1981 se rehabilitó y reacondicionó para la visita del público. Se accede a ella a través de un túnel artificial de una longitud de 62 metros, que, mediante portillones, evita la desecación de la cueva. Es el nivel superior el que visitamos. Por el inferior discurre el río Ibia.

Si prácticamente nada se escapa a ciertas valoraciones enigmáticas y misteriosas, enigma, misterio y leyenda en pocos espacios tienen tanta cabida como en una cueva. Trate el visitante de recordar alguna. Esta Cueva de los Franceses encierra una historia en su propio nombre. Es conocida por él debido a un acontecimiento que tuvo lugar en 1808. Enfrentadas las tropas napoleónicas y un destacamento de húsares cántabros, aquellos fueron derrotados: los cuerpos de los soldados galos fueron arrojados por una sima y en la cueva encontraron reposo definitivo.

Es fácil, por otra parte, que el visitante localice algunas flechas marcadas sobre rocas y paredes. Cuentan que era costumbre de no pocos vecinos de la comarca descender a la cueva. Ya dentro, asistían a la celebración de la misa -ahora se explicará la presencia de una imagen de la Virgen-, comían y, después de pasar el día en el interior, regresaban a casa. Iluminados sus pasos por candiles de carburo, las flechas servían de orientación.

El viaje solo ha de tener algunos puntos básicos que sirvan de orientación y aliciente para la búsqueda. El resto lo descubrirá el viajero. Y tiene esta zona, de indudable interés, otras múltiples y variadas razones. Un camino de tierra conduce, en pocos minutos, hasta el Balcón de Valcabado o de Valderredible. Resulta, en principio, un contraste de generosidad frente a la apariencia -¿apariencia?- de la llanura y la aridez. Aunque la mano del hombre ha puesto lo indispensable -seguridad, sobre todo-, la sorpresa llega a través de una extensa vista, generosa de vegetación, como el esbozo de un cuadro en que aparecen, diminutos, cultivos, caminos y pueblos difuminados en la suavidad del paisaje hecho valle: Rivelilla, Villamuñicos, Berzosilla, Báscones, Villanueva de la Nía, Cubillo, Coronales, Susilla, Lastrilla... Si la mirada queda sobrecogida, puede el viajero, como distracción, intentar la identificación de cada uno de ellos y su pertenencia a Cantabria o Palencia.

Justamente en eso andaba el viajero que esto escribe cuando alguien le sugirió una visita a aquel pueblecito, sí, aquel pequeño que se ve -más bien se intuye- allí, a la izquierda...

Y allí se fue el viajero.

Regresé a Pomar de Valdivia. Y busqué aquí el indicador del cántabro Cezura. Pasados San Andrés y San Martín de Valdelomar, llegamos a la iglesia rupestre —se referencia en algún indicador— de Santa María de Valverde, de una historia fascinante, como cuenta en la que escribió Julián Berzosa Guerrero.

Sobre un cerro, la espadaña, un poco azotada por vientos y soledades, vigía religiosa de una antigua necrópolis. Y bajo ese mismo cerro, la iglesia, excavada en él, subterránea por tanto, parece una lección de sencillez, de sobriedad, de silencio. Si el tiempo impone olvidos en algunos casos, en otros, como este, revaloriza los testimonios de la humildad. Por eso merece la visita. Y porque, sobre todo, es un nuevo canto a la tierra, llena aquí de la belleza que produce el asombro, asentado en una geografía sin límites.

Una simple nota de orientación. Mirando hacia el norte de Palencia, fácilmente se identifica en el mapa una villa de nombre por muchas razones emblemático: Aguilar de Campoo. Según el origen del viajero, este trazará el mejor camino hasta nuestro punto de referencia en esta ocasión. Incluso sabrá si es necesario pernoctar. La mañana bien aprovechada es tiempo suficiente para hacer el recorrido que hoy proponemos. Aguilar tiene muchos argumentos para volver a comer. La tarde, dependiendo de la distancia del retorno, ofrece nuevas y excelentes razones. Por citar solo dos ejemplos, recordar que los alrededores de Aguilar y Cervera son un foco de abundante y rico románico. O que desde la primera población se puede acercar rápidamente a Las Tuerces, una fantasía de la erosión dibujada en esa meseta natural. Arte y paisaje, en definitiva. Si el tiempo es más escaso, o en cualquiera de las ocasiones, no deje de pasear, ver y sentir Aguilar de Campoo, elegido centro neurálgico para la ocasión.