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Un rosado caprichoso

Presencia, persistencia y profundidad fueron las condiciones que el equipo técnico de Gancedo se impuso cuando ideó su primer rosado: un capricho en todos los sentidos, incluso en la exigencia que dicta la marca.

Aspecto del impresionante viñedo que Gancedo posee en las laderas arcillosas más altas de Quilós, donde ampliará plantación. BYVG/DL

Publicado por
RAFAEL BLANCO
León

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Era uno de los empeños de la nueva propiedad de la bodega cuando asumió su control y la oportunidad le llegó por la vía de la ampliación, mediante compra, del viñedo propio y en concreto de una viña que, por sus especiales condiciones, reúne las características que se exigen para hacer un vino así. Tiene Gancedo una gama de vinos muy racional —dos godellos y cuatro mencías que cubren los segmentos clave del mercado— y con unos altísimos estándares de calidad, de manera que la única puerta para entrar en ella era la del rosado. Pero no podía ser un rosado cualquiera, sino uno diferente a lo que hay en el mercado y que al mismo tiempo estuviera a la altura de lo que desde dentro se exige y desde fuera se espera de esa bodega. La fe en sus propias posibilidades enológicas primero y la convicción de haberlo conseguido después hicieron que el resultado mereciese la distinción de llevar como nombre la referencia comercial que tanto éxito ha dado a Gancedo con un blanco que prestigió a la bodega y universalizó el godello berciano, ahora tan en boca de todos.

El Capricho rosado que estos días se presenta en el mercado en su primera elaboración nace de una viña de dos hectáreas y media, dispuesta en espaldera pero ya muy consolidada y ubicada en un paraje del contorno vitícola del Bierzo, concretamente en San Miguel de Arganza, donde la bodega adquirió además otra viña de una hectárea de cepa centenaria y donde plantará otras dos hectáreas de Mencía. Es una zona extrema, con laderas muy ventiladas y ubicada a 720 metros de altitud, con maduración lenta —se vendimió el 10 de octubre— y una uva muy sana. Con esa materia base, la elaboración ya no tiene secretos: despalillado, maceración de entre dos y tres horas, sangrado directo sin prensa para no cargar el color y tres meses de crianza en depósito sobre lías. El resultado es un vino de color rosa pálido, muy en la línea de los rosados provenzales, altamente floral y frutal en su generosa oferta aromática, pero con volumen y profundidad, y seguramente con potencial para que también sea longevo porque se intuye mucha vida en botella. La previsión de la bodega es incrementar la producción y alcanzar las 10.000 botellas con la vendimia 2017. Hay potencial en la viña para eso y para más. Lamenta el enólogo de la bodega, Fermín Rodríguez-Uría, que los rosados bercianos «se asocien a un consumo estacional, tengan un corto recorrido y no se les preste la atención que merecen».