Diario de León

fuertes ante el averno

Longevidad, resistencia, fortaleza e incluso inmortalidad son atributos que la leyenda asigna a los cipreses, árboles de semblante místico que suelen acompañar a los difuntos. Los doce que fueron pasto del fuego en el cementerio de Cacabelos no han muerto, al menos, no del todo y hay esperanza de resurección, su copa conserva la vida que intentó robarle el infierno.

l. de la mata

l. de la mata

Ponferrada

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T al vez buena suerte, quizás una enorme capacidad de supervivencia o, por qué no, por esa inmortalidad que la mitología les atribuye como escalera hacia el cielo para ayudar a las almas a superar lo terrestre y alcanzar lo divino —de ahí que sea el árbol más característico de los cementerios—. Sea cómo fuere y cuáles hayan sido las causas —bien es verdad que más naturales que etéreas— los doce cipreses del cementerio de Cacabelos que fueron pasto de las llamas provocadas por un rayo casi mortal no han muerto del todo.

Todavía hay esperanza en base a unos brotes verdes que han sobrevivido al infierno. Los doce cipreses —como los doce apóstoles, para aquellos que gusten seguir con el misticismo— siguen y seguirán en pie por decisión institucional y es posible que resuciten y el verde perenne de su ramaje recupere esa parte de su cuerpo que ahora tizna la ceniza. La esperanza está en la copa, lo más cercano al cielo; pero las raíces sumergidas en la tierra que estos centenarios árboles comparten con los difuntos son, aún hoy, su sustento y los cimientos que les permiten seguir en pie como testimonio de lo que la propia naturaleza es capaz de hacer, para bien o para mal.

Los doce cipreses del cementerio de Cacabelos son ya un símbolo; no sólo de longevidad (pueden alcanzar los 300 años de vida), no sólo de duelo (localizados casi siempre en lugares de descanso eterno) y no sólo como unión del cielo y la tierra, por su altura y el sentido de su crecimiento. Los doce cipreses quemados de Cacabelos son también un símbolo de resistencia y de superación y de respeto al patrimonio vegetal. Doce árboles de incalculable valor que permanecerán en pie, a los que no se buscarán sustitutos, reverdezcan o no.

Desde un punto de vista más científico, tienen también su simbología, como barrera natural en la lucha contra la voracidad del fuego. De hecho, pese a la gravedad de las llamas que convirtieron el camposanto cacabelense en un infierno en la tierra, todavía hay hojas en la copa y las lenguas del fuego no pudieron acabar con toda la colonia. Varias árboles limítrofes se mantuvieron a salvo. Ello es posible gracias a la cantidad de agua que acumulan los cipreses y, de hecho, varios estudios internacionales confirman también esta característica.

El Cupressus —este es su nombre científico— es, por lo tanto, custodio de almas y guerrero contra el fuego, un ser vegetal de enorme fortaleza al que ya los persas veneraban con la idea de vencer a la muerte y ser fuertes ante cualquier circunstancia que los colocara frente a ella. Los egipcios, por su parte, empleaban su madera para la fabricación de los ataúdes de los faraones, una materia dura y resistente que acompañaba a los reyes de Egipto en su tránsito entre las dos vidas, otro ejemplo de la simbología y la mitología ligada a este ejemplar. También griegos y romanos los sembraban para sacar rendimiento de su madera y por un aroma al que le atribuían propiedades curativas.

Quizás no sea el árbol más atractivo, pero sí uno de los más atrayentes. Florece a finales del invierno y un mismo ejemplar produce flores de ambos géneros. Sobre sus usos curanderos también hay mucho escrito (contra enfermedades del aparato circulatorio, hemorragias y sangrados o como desinfectante). Pero eso ya es otra historia, la de ahora acaba de empezar y todavía hay que aguardar un tiempo para ver en qué termina. Puede que los doce cipreses que custodian a los difuntos en la villa del Cúa no logren vencer al negro o puede que sí, que honren a su leyenda y peleen por recuperar el esplendor que les fue arrebatado por un rayo. Si al menos una parte de su incuestionable envergadura consiguió sobrevivir al infierno, nadie puede decir ahora que el verde acabe ganando terrenos y la savia de estos doce experimentados guerreros recorra sus venas hasta su corazón para que éste bombee de nuevo al ritmo marcado por la naturaleza y no al impuesto por una triste desgracia.

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