Diario de León

LUGARES FIGURADOS | LUIS CARNICERO, arquitecto y poeta

Balcones de ángeles

LUIS CARNICERO

LUIS CARNICERO

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León

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Cómo describir la sensación del contemplar entre el abismo y la Luz, hollando la Luz, ascendiendo a la Luz… a Peña Ten.

Habías partido de la Fuente Turriente, cerca de La Uña, en el amanecer macilento, y tomaste el camino de Ventaniella en suave pendiente hacia el noroeste. Junto a las primeras aguas del Esla, que bajaba copioso con pequeñas cascadas, te dirigiste hacia las praderas de El Cantil, donde las memoriosas agujas de un árbol tenebroso midieron tus pasos de nieve con tiempo de Luz, hasta que conseguiste librar un gran desnivel por uno de los canales orientados al norte.

El horizonte en lo alto era llama fracturada que oraba lo negro en reclinatorios de Luz; y tú, labio que besaba petrificados relámpagos sobre la crestería, al filo de barrancos, con secretos de cristales primeros. Fatigado, sorteando blanduras, buscando durezas, te prendió la mirada de un solitario rebeco que venía indeciso desde el valle de Arcenorio, por la collada de las Arriondas, poniendo en escala el Espigüete y los Mampodres.

Cuánta belleza te esperaba en la cima, asexuada y eterna, no ajada por nadie, por nada. Cuánto ritmo irracional, escalonado y azul, desde la verdad del conjunto al preciso detalle: los Picos de Europa, con los símbolos de Peña Santa y La Bermeja; y el Macizo Central, con imágenes recordadas de ocasos sublimes en Collado Jermoso.

Divisando los montes a través de vacíos, desde el Coriscao hasta Peña Ubiña, entre grietas henchidas de músicas calladas, nombraste los picos entregado a un aliento de seres sin límites y al orden sobrenatural que parecía sobrevolar custodiando presencias, anunciando los dones del cielo, magnetizando la Roca.

? Y fascinado entre sombras con signos de cuencos —caminante en un mar de cumbres— volviste luego la mirada hacia el sur, crisol de diamantes.

Y parecía que tu cuerpo, en ritual de transparencias, fuera a entregarse a habitar formas de un fuego blanco, espíritus sin rostro con pezones helados, como Metamorfosis del frío que quema, entre balcones de ángeles.

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