Diario de León

La puerta de las maravillas

De sabrosa multiplicidad histórica y belleza incontestable, Siracusa encierra en su interior una pequeña joya, Ortigia, la isla donde atracaron los colonizadores corintios en el año 734 a. C. para fundar la ciudad, capital de la Magna Grecia

Desde el mar se dibuja el perfil de la isla, con el castillo Maniace a la izquierda.

Desde el mar se dibuja el perfil de la isla, con el castillo Maniace a la izquierda.

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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Dicen que Siracusa —una puerta de entrada al sureste de Sicilia, una puerta a las maravillas—, la ciudad de Arquímedes y Santa Lucía, es la ciudad más hermosa de Sicilia. Aunque el viajero tenga sus rinconcitos, no es muy amigo de afirmaciones categóricas. De sabrosa multiplicidad histórica y belleza incontestable, Siracusa encierra en su interior una pequeña joya, Ortigia, la isla donde atracaron los colonizadores corintios en el año 734 a. C. para fundar la ciudad, capital de la Magna Grecia. Con el tiempo la isla, de un kilómetro cuadrado aproximadamente, quedó pequeña y la ciudad hubo de crecer en otra dirección. A ese crecimiento y sus bellezas viajamos en otro momento. Hoy lo hacemos a la isla que a uno se le antoja aún mágica, concepto, por otra parte, tan escurridizo cuando el bullicio puede convertirse en amenaza. Pero es otro de los signos de los tiempos. Anote, eso sí, y por si algo esclarece, que hay quien dice que su nombre no tiene procedencia griega, sino fenicia, y que significa «roca de las gaviotas». Pura plasticidad semántica.

La isla de Ortigia, que se convierte en lo que para entendernos llamamos casco histórico, es en realidad el centro de la ciudad y sede de un colorido mercado donde triunfan los sabores y aromas de un territorio extraordinariamente rico. Otro de los lugares inolvidables en Sicilia, tan hermosa y personal. Su riqueza monumental la convierten en un monumento total que hay que descubrir. Tenga en cuenta que todos los pasos desembocan en el mar. Aquí todo recuerda al mar. Al mar Jónico además, con un rico catálogo de azules, enredado en el padre Mediterráneo.

Unida al resto de la ciudad por dos puentes —Santa Lucía y Umbertino—, la belleza contenida en tan reducido espacio permite la comodidad casi obligada de descubrirla a pie. Digamos que es la única y auténtica alternativa. El corazón y su perímetro, una invitación provocadora y placentera para perderse por callejuelas, plazas, escalinatas, fuentes, palacios, bares… La puerta de acceso a no pocas maravillas, también la de los atardeceres hermosos y románticos sobre el mar, sobre todo si navega alrededor de la isla, un paseo muy recomendable por la nueva perspectiva añadida. No adelanto acontecimientos. Se trata ahora de caminar, sentir y ver. Yo le anoto, por si acaso, lo que humildemente considero imprescindible. Como no podía ser de otra manera, cierto entendimiento de la ciudad antigua exige no perder de vista algunos aspectos de la mitología. Es otra forma de enriquecimiento.

La zona más deslumbrante de la isla es seguramente la plaza de la Catedral (il Duomo), protagonista indiscutible, de estructura irregular e interesantes edificios neoclásicos. Ya en el templo, se observa claramente la superposición de elementos de la multiplicidad de culturas que aquí se dieron cita a lo largo de la historia. La actual es del siglo XVII, aunque se contemplan con nitidez los vestigios del templo griego dedicado a Atenea, lugar, por otra parte, donde estuvo el faro orientador de embarcaciones. Incluso sentado en una de las apacibles y tentadoras terrazas veraniegas, la notable fachada testimonia elementos claros del barroco español, que no en vano la isla formó parte de la Corona de Aragón. La presencia española se detecta con facilidad en la isla. En la catedral, claro, descubrirá sus propios rincones. Por razones puramente sentimentales, anota servidor la intensa y casi lógica presencia siracusana de Santa Lucía. Un altar guarda, desde 1988, como un tesoro, el húmero del brazo izquierdo de la santa. La devota religiosidad, lo mítico llena de detalles, símbolos y manifestaciones la isla.

Aretusa, «la virtuosa» conforme al origen de la palabra, era, según la mitología griega, una ninfa de la que se enamoró perdidamente Alfeo, hijo del dios Océano, al ver sus encantos mientras se bañaba. Tratando de huir del acoso amoroso, la diosa Artemisa convirtió a Aretusa en fuente. Refugiada en su nueva forma en Ortigia, cómo iba a pensar que Alfeo se transformara en río que acabara fundiéndose en las aguas de Aretusa, su amada. Y así fue. Lo cuentan Virgilio, Ovidio y Píndaro. Ahí está la fuente como testimonio, ahora con peces multicolores, patos y plantas de papiro que adornan el misticismo del lugar, levantado en una terraza con vistas al mar.

Tercera cita. El Castillo Maniace está en una punta de lanza que se abre al mar en un extremo de la isla, conjunto impresionante que se observa en su integridad si decide el pequeño viaje en barco. Es de la primera mitad del siglo XIII, época en que se decidió fortificar toda la isla.

Concluyo con las recomendaciones citándole en la Plaza de Arquímides, elegante e íntima, con palacios góticos cerrándola y la hermosa fuente dedicada a la diosa Artemisa, del siglo XIX, en el centro. Y el templo de Apolo, del siglo VI a. C., el templo griego más antiguo de Ortigia, con importante columnata —prácticamente el único testimonio, también limitado, que ofrecen las ruinas—, muy parecido al que Corinto había erigido al mismo dios.

Creo que nos hemos merecido un descanso, al margen de los homenajes que se haya dado en el callejeo. Es buen momento y lugar, claro, para no olvidar pizza, pasta y vino. La primera, además, se ofrece como tapa, junto a otras menudencias de sabor local, en alguna de las terrazas cercanas al templo de Apolo. Para algo de mayor seriedad y tipismo gastronómico lo que sobran son referencias. A la vista.

No olvido ese paseo marino. No. A uno se le antoja imprescindible si quiere gozar en su totalidad la magia de la isla y apreciar desde el agua tanta belleza dibujando el perfil de múltiples contrastes de cúpulas, iglesias, castillo y la anchura de la bocana. Añado algunas observaciones finales. Frente a la ciudad, una zona verde, que corresponde a la Reserva Nacional del Río Ciane, de apenas cinco kilómetros y en cuyo entorno nace de forma espontánea el papiro, de tanta presencia en esta geografía insular. Comprobará la presencia de bateas y una zona residencial rematada por una punta rocosa donde se asienta el faro. El paisaje y el mar se abren a otros mundos.

No sé si Siracusa es la ciudad más bella de Sicilia. Poco importa. Eso sí, Ortigia queda grabada en mi retina. Es tanto como decir que el viajero tiene aquí una cita importante. Creo.

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